¿PRESIDENTA EN MÉXICO?

Rebeca Ramos Rella


Comentócratas, opinólogos lanzan la pregunta. Sí pudo Brasil con Dilma; Argentina con Cristina; Costa Rica con Laura y Chile con Michelle ¿Y México? Respuestas inmediatas femeninas: “No nos dejan”; “Son machistas”; “No nos abren más espacios”; “Son misóginos”. Es la victimización ante discriminación y desigualdad reales, pero no se revisan ni se cuestionan. Quejas abundan, pero cuando algunas acceden al poder, en gobiernos, el Legislativo, iniciativa privada, sindicatos, medios de comunicación, se empeñan en ejercerlo como los hombres lo conciben. Ellos imponen las reglas del juego que no diseñaron para alternar con mujeres, aunque seamos la mitad de la población –la máxima, el poder no se comparte-, pero el desarrollo democrático de México –obligado por la globalidad- dicta que la Igualdad entre hombres y mujeres es sinónimo de democracia y crecimiento, condiciones de una sociedad moderna, plural, tolerante y equitativa para competir y lograr respeto y respaldo en el orbe. Así, la participación y liderazgo de mujeres son requisitos democráticos inexorables.


El problema radica cuando aquellas que acceden a la elite -contadas excepciones- se olvidan de miles y millones de mujeres que las apoyan, confían y esperan compromiso, reconocimiento y solución; se hunde la efectividad de sus derechos, demandas, requerimientos, en ajustes al interés y prioridades del poderoso que, poderosas “las hizo”. Y los hombres ejercen dominio político desde intereses de poder, populistas y electorales, no desde la Igualdad. Además imponen su propio perfil. Optan por aquellas cuya lealtad demuestre sumisión; disciplina con omisión o silencio; presencia y representatividad fabricada si oportunistas seductoras, reflejo de hechura a invento de ellos: mujeres “controlables”, pero no tan brillantes que les hagan sombra; si destacadas, manipulables; ni progresistas ni autocríticas porque serán “conflictivas mitoteras”; de “moral incuestionable” –como si ellos la ejemplificaran- y con cierto atractivo visual y habilidad simuladora que compre votos, venda legitimidad, simpatías, desate pasiones, facilite alianzas y negociaciones. Hay que cubrir la cuota y darse baño de equitativos y abiertos admiradores del género, más en campañas.


Las poderosas conocidas y reconocidas han tenido que someterse y encuadrar. No se soslaya su capacidad y resistencia para encumbrarse –el fin justifica los medios- pero se personalizan en el poder, copian mal, se mimetizan a estilo y usanzas masculinas y extreman: son muy rudas, déspotas o sensibles, blandas o cínicas, promiscuas o perversas, corruptas, inseguras o temerarias, usan lenguaje altisonante o de sutil sarcasmo para encajar en territorio de ellos. La lucha por la equidad de género e Igualdad deja de ser prioridad y bandera en enredo interminable de intereses facciosos, conveniencias, sujeciones que ordenan poderosos. Se vuelven peores enemigas en el regateo del protagonismo, en competencia con otras mujeres. Se manejan envidiosas, intrigantes, incómodas del trabajo en equipo con otras, incapaces de comprender la fertilidad del debate de ideas y del logro de resultados, sin enojarse o resentirse en lo personal. No saben hacer política y servir, sin dobleces, temores, ni sumisiones, sin bloquearse y golpearse, sin criticar y descalificar a otras por subjetividades, como los hombres.


Nuestra cultura de poder es androcéntrica, misógina, vertical desde la estructura social. Culpa del sistema y régimen políticos y de ingratitud y traición de hombres y también de mujeres poderosas que recelosas, no quieren la cultura igualitaria del poder que modifique perfiles, costumbres, mentalidades en el colectivo social para dignificar el poder ejercido por mujeres que garantice derechos, leyes y políticas públicas transversales; ni apoyar y proyectar a otras por miedo a perder sus reflectores y espacios. No quieren ser superadas ni romper el paradigma y catapultar a una que jale a todas y a todos y sumarse a la lideresa que en hermandad y alianza de género, sea la referencia, la que comande, consensúe y decida, si jefa de manzana o Presidenta de la República, que en equilibrio, gobierne incluyendo.