UN MUNDO PAREJO 50-50

Rebeca Ramos Rella

A mi generación y a las anteriores, nos “enseñaron” en general nuestras madres –porque eran ellas las que tenían por misión única en la vida dedicarse al hogar y a los hijos…los papás estaban fuera, trabajando, en el mejor de los casos…- que nuestro color era el rosa pastel; que los mejores regalos –si había dinero para comprarlos- eran muñecas, juegos de té; cocinitas, casitas y hornitos; todo artículo doméstico en pequeña edición y lo adecuado para una niña; así también los falsos cosméticos; los vestidos; los moños; las flores. Si no había obsequios, entonces eran las obligaciones compartidas con la madre, desde el cuidado de los hermanos, ancianos y enfermos de la familia; hasta resolverle parte del quehacer de casa y en el más desafortunado de los ejemplos, partirse los días en el campo; en el negocio, en otra casa, en el puesto, en la tiendita o vendiendo dulces en la calle.

Ya desde entonces nos pegaban en la frente, la letra, la etiqueta del rol desigual en sociedad; de las reglas, expectativas y deberes que exigen acorde a nuestro género, ¿Quiénes? -El Estado que nos mira y nos quiere tutelar como menores de edad; las instituciones eclesiásticas y religiones; los usos y costumbres; las tradiciones; los hombres y el resto de las mujeres mayores-.

De muy pequeñas, nos metieron en la construcción de la futura madre, esposa y por supuesto de la fámula –la esclava, peona, rea, según el grado de ignorancia y dominio patriarcal-. El aprendizaje contemplaba también ser organizada; diestra en las labores del hogar –cocinar, planchar, lavar, limpiar, decorar…-Había que ser o pretender ser muda, sorda, ciega…”porque calladita te ves más bonita”. Un poco tonta, inútil y frágil “para que el instinto protector del hombre se sienta intacto, apreciado y necesitado”.

Había que serlo o parecerlo. Bonita como las muñequitas; como las niñas ricas; como las de la tele, para aspirar a tener la misma “buena suerte”; es decir, para cazar a buen marido, la única misión. Ser muy lista para granjearse los favores, mimos y pesos del gran señor –el esposo, el padre, la figura masculina al mando- y también ser muy “prudentes” para aguantarlo todo y perdonarlo todo, en la lógica de convertirse en la sacro santa madre resignada, auto-sacrificada; dócil y sumisa que todo lo comprende con la grandeza de su corazón y alma inigualable y abnegada. Digna del mayor homenaje social y familiar.

Rarísimo querer tener una bicicleta; un rompecabezas; juegos de creatividad, digamos más didácticos o complicados y de nuevas tecnologías. No son juegos de niñas. Éramos las princesitas; las muñequitas entrenadas cuidadosamente desde temprana edad para convertirnos en las “reinas del hogar”. Corona, cetro y reino, a cambio de obedecer, aguantar, callar, servir y atender al rey o reyezuelos y a los temas domésticos, exclusivos para mujeres; denigrantes para la labor masculina. Y para aquellas nacidas desfavorecidas en entornos de pobreza, más ignorancia, nulas oportunidades para rebelarse, sumidas en desesperanza, la temprana gravidez; las violaciones; la venta de su persona como objeto; el destino más doloroso; el pozo de soledad.

En aquellos años nos decían que el himen era el símbolo más preciado de nuestro honor y el de la familia y que había que cuidarlo con todo y defenderlo de todos. Los temas escabrosos del sexo, la reproducción y de la sexualidad, eran los tabúes –cosas sucias, impuras, ocultas, pecados-. Las mujeres que vivieron antes que nosotras, poco se enteraron de lo que era un orgasmo y de cómo lograrlo. Desconocían su cuerpo y sus emociones más profundas. Temían descubrirse y vivir a plenitud su vida sexual. Vedado el tema para una “señorita decente”. Y si por alguna razón algo se sabía, el reproche general y la sospecha del libertinaje o ligereza de cascos –los de las yeguas-, era señalamiento con castigo seguro.

Las que pudieron, tuvieron acceso y posibilidades y sus padres lo permitieron, estudiamos. En mi caso, salí barata. Estudié en puras escuelas públicas. Ya en mi época, prepararse era importante y yo quería saber, estudiar y prepararme bien. Quería aprovechar las posibilidades y abrir horizontes para después, apoyar, ayudar hacer algo por tantas miles recluidas en los muros del machismo, de la violencia y de la pobreza; además de la desinformación, la invisibilidad y la castración de sus derechos fundamentales.

Primero fui maestra de primaria y noté la reverberación del modelito de inequidad en las aulas. Hace 30 años todavía las mujeres y las niñas vivíamos en un mundo absorto de prejuicios, roles impuestos y mucha falta de información. Al mismo tiempo en la Universidad, conocí a varias chicas que estudiaban una carrera “mientras me caso”. Eran las MMC. Y a las que ya trabajábamos a los 18 años, nos miraban con desdén. No encajábamos en el prototipo ni de las casaderas ni de las colegialas izquierdosas y hasta comunistas, es decir las contra todo. Éramos en mi clase, apenas 2 o 3 que ya devengábamos un salario.

Recuerdo bien que cuando recibí el primer cheque, me sentí libre. Y si las tradiciones dictaban que debía darle la quincena completa a mi madre, las rompí. Me hostilizó, pero le aporté lo justo y lo demás lo dediqué a mis estudios y requerimientos. Desde adolescente entendí que para ser autónoma y poder autogobernarse había que tener independencia financiera y esa condición la daba el dinero, el sueldo, producto de un buen trabajo resultado de los estudios; de la disciplina y responsabilidad y, de la defensa de la libertad de pensamiento y acción.

Reconozco. Fui revolucionaria en mi tiempo y sufrí las consecuencias por trasgredir las reglas propias de mi condición de género, acorde al modelo androcéntrico, que persiste.

Hoy las niñas y adolescentes, agradecen otros presentes; dádivas y premios. Desde un celular, iPhone, iPad, iPod, una lap; una computadora; ropa colorida a la moda; una sesión en el salón de belleza; la mensualidad del gimnasio; un viaje; una beca al extranjero o en escuela privada prestigiada; una fiesta con luz y sonido; las suertudas pueden acceder a fiestas privadas en habitaciones de hoteles, restaurantes elegantes, antros in; permisos para salir de noche; ropa, zapatos y accesorios de marca o clonados; hasta tatuajes y demás.

Las otras, millones de adolescentes, niñas y mujeres que siguen padeciendo pobreza, discriminación, violencia en las formas más cavernarias, apenas se enteran de sus derechos humanos y sufren la más ruda de las formas de exclusión y de invisibilidad. Su futuro es desolador.

Si bien es cierto que las condiciones socioeconómicas aperturan opciones cambios y de empoderamiento, las patadas que hunden y lastiman, que no respetan y soslayan los derechos de las mujeres son las mismas en su origen aunque en dimensión y en intensidad más terrible donde la marginación y la precariedad, son el diámetro.

El internet ha puesto al alcance de las generaciones nuevas, más información sobre los abusos y violencia contra las mujeres; sobre la sexualidad; sobre los derechos de las mujeres. Hay mucha información y también desinformación, pero al fin y al cabo, hoy las niñas, jóvenes y población femenina en general está más consciente de sus derechos; de las formas de violencia que seguimos sufriendo; de la discriminación y de las rutas y foros de lucha, expresión y contribución para combatir la desigualdad, las injusticias y la inequidad, porque en pleno siglo XXI aún y pese a los avances en el empoderamiento, derechos reconocidos en leyes nacionales y campañas a todo nivel a favor de la igualdad sustantiva y de la equidad, a diario y de alguna o de múltiples maneras, las mujeres seguimos bajo el yugo de sociedades de doble moral y de Estados que dan brochazos a los derechos femeninos, pero que poco resuelven para reeducar tanto a hombres como a mujeres en el orbe, sobre la perspectiva de género.

Si bien la sociedad del conocimiento, nuevas tecnologías y un mundo más interconectado ha ido estrechando el hueco de desinformación, distorsión, prejuicios e invisibilidad, las chicas, niñas, jóvenes y mujeres de hoy, más liberadas y autónomas en conductas; más determinadas a decidir su rol en comunidad; con acceso a otros modelos de participación y expresión, aún sufren acoso y violación sexual en la calle, en la familia, en el lugar de trabajo y escuelas; la violencia ha descubierto sus distintas fases y fauces, que se reproducen subliminalmente bajo símbolos de sexismos, etiquetas discriminatorias e impuestas por sociedades que se niegan a abandonar el androcentrismo y la cultura patriarcal y que quieren seguir imponiendo deberes y posiciones laborales, oficios y profesiones por género; apariencias, modas y prototipos. Y aún en los países donde por subcultura machista e interpretación religiosa, hoy las mujeres siguen siendo laceradas, anuladas, desaparecidas y restringidas en sus libertades y derechos fundamentales, como en el mundo islamista, ya se percibe una mayor concientización; protesta, organización y batalla por la conquista legal, social, económica y política de más espacios y posibilidades de manifestación, que por lo menos dan canal a las voces que reclaman y toman posicionamiento por la Igualdad sustantiva; por la equidad y perspectiva de género y por la No violencia y No discriminación.

Así vale recordar que en septiembre pasado desde ONU Mujeres se lanzó la iniciativa solidaria global HeForShe, en la que por vez primera se involucra a los hombres en la lucha contra la violencia, la discriminación y la trasgresión de derechos de las mujeres. Convoca a los varones a ser “agentes del cambio” para alcanzar la igualdad de género; para tomar acciones contras las desigualdades y así reivindicar los derechos de las mujeres desde sus respectivos entornos socio- económicos y políticos, en todo el mundo. ONU Mujeres eligió bien a la embajadora de Buena Voluntad para difundir y agrupar simpatías, en la persona de la joven actriz británica Emma Watson quien en célebre discurso muy ovacionado por cierto, sorprendió por su determinación y compromiso para que HeForShe abra camino en la lucha.

Esta plataforma al día de hoy suma más de 1.3 billones de acciones en el globo, de las que en México, acorde al registro, hay más de 38 mil compromisos de activistas, seguidores, hombres y mujeres que opinan sobre las prioridades que en nuestro país urge atender para cerrar la brecha de la desigualdad contra las mujeres. Así resaltan los rubros de educación, trabajo y violencia; seguidas de salud, identidad y política.

Y es que en los números globales, hay avances, pero lentos, lánguidos y aún no muy aterrizables del todo en la realidad cotidiana de las mujeres en México y en el orbe.

En el último Gender Gap Report 2015, el Foro Económico Mundial que mide cuatro pilares: Participación y oportunidades económicas: salarios, participación y liderazgo; Educación: acceso a niveles básicos y superiores de educación; Empoderamiento político: representación en estructuras de toma de decisiones y, Salud y supervivencia: esperanza de vida y proporción hombre-mujer, comparte datos importantes  a diez años de haber iniciado sus cálculos y recomendaciones, entonces a 109 y hoy a 145 países, gobiernos y sociedades.

De entrada subraya que en esta década, América Latina y el Caribe es la región que más adelantos ha logrado, seguida de Asia y el Pacífico; África Sub-Sahariana; Europa y Asia Central, Medio Oriente y el Norte de África y por último Norteamérica.

Así son Nicaragua y Bolivia los más fuertes en nuestra región, antes que Nepal, Eslovenia y Francia. Los que han superado su atraso son Arabia Saudita por elevar las oportunidades y participación económica de las mujeres; Burkina Faso por acceso a la educación; Georgia por salud y supervivencia y ciertamente Bolivia, por avanzar en el empoderamiento político de las mujeres.

De los 109 países permanentemente evaluados, en 103 la brecha de desigualdades se ha reducido pero en 6 se ha deteriorado: Sri Lanka; Mali; Croacia; República Eslovaca; Jordania e Irán. En tanto, los países nórdicos continúan arriba en su modelo de paridad de género, -en orden: Islandia, Noruega, Finlandia, Suecia, Noruega-, los verdaderos cambios se han dado en países de menor ranking.

A pesar de que desde 2006 hay más de un cuarto de billón de mujeres en el mercado laboral, la disparidad o inequidad salarial subsiste. Las mujeres productivas en el mundo y desempeñando actividades, encomiendas o en el mismo puesto que un hombre, perciben un sueldo que raya de entre el 10 y el 30% menos que ellos. Vale decir que en México, las mujeres ganamos 40 centavos menos que un hombre por la misma responsabilidad. ¿Les suena?

En el análisis comparativo en la década arroja un dato que ilustra la brecha de desigualdad económica, laboral y salarial. En 2006 las mujeres ganaban el 40% menos que los hombres por la misma actividad. Diez años después las mujeres tenemos un salario igual al de ellos de 2006, pero hoy, en el 2016 ellos perciben sueldos casi por el doble que nosotras.

El Reporte revela que la brecha de desigualdad en la década se ha cerrado en sólo 4% en salud, educación, oportunidades económicas y políticas, concluyendo en lo económico con 3%, lo que sugiere que tomará 118 años –hasta 2033- para cerrar esta indignante disparidad por completo.

Las diferencias en educación para las mujeres se ensanchan en 22% de los países encuestados. En 97 de ellos, desde 2006 ha crecido la matrícula femenina en universidades;  pero hay una mayoría de mujeres trabajadoras especializadas y más capacitadas sólo en 68 países y sólo en 4, las mujeres detentan puestos de alto nivel político, lo que significa que si bien hoy las mujeres están mejor preparadas y dominan por número, más aptitudes laborales que los hombres, no existe una correlación equitativa entre su estatus educacional y las oportunidades de empleo y de salario parejo que les permitan elevar su estándar de vida. Situación muy conocida y despreciablemente padecida por muchas de mis gentiles lectoras.

En el caso específico de México, el GGR 2015 posiciona a nuestro país en un universo de 145 países en el lugar 71 -en 2006 con 109 países ostentaba el sitio 75-, lo que continua demostrando que la desigualdad ha ido cerrándose con lentitud. En la evaluación por pilares, en Participación económica y oportunidades sale casi reprobado con el lugar 126 global y por rubros los rankings son bajísimos: en participación en la fuerza laboral, tiene el 121; en paridad salarial, el 128; en ingresos, tiene el lugar 113; en profesionales y técnicos, el lugar 99 global.

En cuanto a logros en Educación, el sitio global es el 75 y por rubros calibrados: alfabetismo, lugar 83; en educación preparatoria México tiene el lugar 100, pero ya en educación primaria y secundaria ha alcanzado el primer lugar global; es decir que casi ha sellado la desigualdad.

En Salud y supervivencia, nuestro país ya logró el primer sitio global, lo que representa un gran avance así como en los rubros de porcentajes de nacimientos por género y por expectativa de vida, que raya apenas la frontera de la Igualdad.

En cuanto al Empoderamiento político, en el global, el lugar para México es el 34 y por rubros como el de Mujeres parlamentarias –legisladoras- ya está en el sexto lugar; pero en posiciones de Gabinete de gobierno, en el 75; en años con una Jefa de Estado, evidentemente no hay ni ha habido, está en el sitio 64 global.

De aquí que acorde al WEF GGR 2015 sólo en Educación y en Salud el avance existe aunque es raquítico y en 10 años ciertamente acompasado, como lo registra el INEGI. Con respecto al analfabetismo el promedio nacional es de 5.8%. Pero sube cuando el análisis es por género; el flagelo se eleva en 6.6% en las mujeres y se queda en 5% en los hombres. En números: De los 4 millones 749 mil 57 de mexicanos aún analfabetas, lamentablemente el 61.5% son mujeres.

El INEGI también revela que en cuanto al mercado laboral y participación femenina en la economía, las mujeres suman el 35.1% de la población total ocupada en el país, en donde las
“Funcionarias, directoras y jefas”, sólo llegan al 37.8% y ellos siguen arriba con el 75%.

Pero la cuestión cambia cuando se trata de cargos y oportunidades laborales de menor prestigio social, de baja remuneración y mayores niveles de subordinación”: así desarrollando tareas como “Trabajadoras auxiliares en actividades administrativas” el 59.8% son mujeres; laboran en el 48.3% como “Comerciantes, empleadas en ventas y agentes de ventas”; llegan al 44.8% como “Trabajadoras en servicios personales y de vigilancia y al 44.5%, como “Trabajadoras en actividades elementales y de apoyo”.

En referencia al trabajo no remunerado, las mexicanas aún padecen la falta de equidad y corresponsabilidad de los varones en el desempeño de la doble o multi jornada. El INEGI destaca que mexicanas de 12 años y más dedicamos en promedio 48.55 horas de la semana para las tareas de cuidado de la familia; limpieza de la casa; preparación de alimentos y demás labores domésticas, mientras ellos sólo le entran con 19.57 horas semanales, aún y ambos tengan trabajo fuera de casa.

El INEGI subraya en la Encuesta Intercensal 2015, el trabajo no remunerado de las mujeres llega a 3.1 billones de pesos –el 18% del Producto Interno Bruto-. Lo que significa que en 2014, cada mexicana devengó lo correspondiente a 47 mil 400 pesos netos anuales por su trabajo en labores domésticas y de cuidados no remunerados. Entonces nos salen debiendo.

Otro dato revelador es el aumento de los hogares con jefatura femenina que en los últimos 5 años ascendió de 6 millones 916 mil 206 -el 24.6% del total- a 9 millones 266 mil 211 hogares con una Jefa de familia como única proveedora, lo que es muestra no sólo de la ruptura de esquemas arcaicos; sino de la independencia y del autogobierno de sus vidas. Y sí, las mujeres podemos, solas.

Este año, ONU Mujeres ha fortalecido su misión para lograr que de este año al 2030, la Agenda global sea inclusiva; que el liderazgo económico, político y social de las mujeres sea plenamente reconocido –porque no lo es- y el avance femenino pese equitativamente en los órganos de toma de decisiones en el orbe. El propósito es lograr un planeta 50-50 y ya de una vez, “Dar el paso por la Igualdad de género”.

Este 8 de marzo, el Día Internacional de la Mujer, como cada año, se recordó a las mártires pioneras de la lucha por el respeto y ejercicio de los derechos de las mujeres y de la Igualdad, equidad y justicia insoslayables, que deben garantizarse y ejercerse a favor de la otra mitad de la población del orbe. Se agradecen las felicitaciones, las flores, los videos, las frases, actos y eventos, todo todavía todo con cargas muy sexistas, que no vemos aún en su significado ni en su perversa intención. ¡Alerta, mujeres!

Las mujeres de este siglo debemos aprender a descubrir y a rechazar los estereotipos que nos invisibilizan, nos marcan y nos refunden a los roles tradicionales machistas.

Debemos observar con claridad y entender que sólo podremos celebrar cuando las brechas se cierren para siempre; cuando nadie acose, viole ni asesine a mujeres sólo por serlo; cuando se borren los prejuicios irracionales y agresores de nuestra dignidad; cuando las apariencias impuestas y etiquetas superfluas dejen de definir nuestro rol colectivo, productivo y de empoderamiento; cuando las oportunidades laborales y profesionales sean medidas y otorgadas por la capacidad y talento que tenemos y no por otras sucias, corruptas, sexistas y machistas decisiones; cuando los salarios sean parejos y justos al nivel y preparación y no por la discriminación por género; cuando los sexismos y los estereotipos que nos anulan, nos castran y nos sumen en la invisibilidad se erradiquen; cuando los derechos nuestros se respeten y se reconozca la aportación fundamental en la construcción y fortalecimiento de sociedades integradas, más prósperas, en crecimiento y bienestar equitativo; más desarrolladas y más democráticas.

Cuando millones de hombres y también de mujeres renuncien a segregarnos, a mutilarnos y a arrinconarnos en el subsuelo de la falsa tutela; de la ignorante inferioridad que suponen debemos aceptar, mudas, sordas, ciegas y lerdas; cuando dejen de tenerle miedo a la fuerza de avanzada y de transformación que las mujeres tenemos, como humanas; como propietarias únicas de nuestros cuerpos y únicas responsables de las decisiones sobre nuestra forma de vestir, de actuar y de alternar en sociedad y por supuesto, también de nuestra vida sexual y salud reproductiva; cuando nos reconozcan como lideresas y como ciudadanas de primera -estatus que aún nos niegan en los hechos-.

Cuando los perpetuadores del sexismo, la violencia y de la discriminación acepten de una vez, que para crecer, se necesita de la contribución y participación de las mujeres en Igualdad y en Equidad, en respeto a los derechos fundamentales, porque ellas, nosotras somos las reales agentes del cambio que les urgen a los países del mundo.

Señoras, señores. Somos iguales en reconocimiento de nuestras diferencias. El planeta no les pertenece; tampoco el poder. No. El tema es un mundo parejo, 50-50. Esta es la única fórmula efectiva del desarrollo.

Falta mucho por aprender, por ganar, por vencer y por resolver. La lucha sigue; estamos dando el paso y estamos avanzando; ya nadie nos detiene.