PAPA
GRILLO; LA SANTA DIPLOMACIA
Rebeca Ramos
Rella
HEMISFERIOS
Recuerdo muy bien la impresión que me
dio toda esa fastuosidad, riqueza, belleza. Tanta que deslumbraba y al mismo
tiempo, me parecía ofensiva. Grotesca muestra del poder de la manipulación de
conciencias; evidencia del tributo milenario a esta institución que
precisamente por el dominio político, económico, moral que ostenta tanto como
sus tesoros, se sigue sosteniendo hasta el día de hoy como el símbolo del mando
de facto que aplica, propaga; usa y abusa en los pueblos creyentes católicos
del mundo.
Aquella visita marcó mi opinión y
perspectiva sobre el alcance de la estructura eclesiástica en el orbe. Con tan
sólo uno de los innumerables regalos ofrecidos a los Pontífices a través de los
siglos, podría resolverse el hambre en el mundo; la desolación, la desnutrición,
las desigualdades que padecen millones de niños, mujeres y ancianos en el
mundo. Con la venta, subasta, donación de aquella reproducción a escala de la
Plaza de San Pedro, exquisitamente labrada en marfil con piedras preciosas
incrustadas, que asombraba a los visitantes, estoy segura, comerían dos generaciones
de pobres famélicos en todo el planeta.
Hay que mirar y detenerse a reflexionar
bien todo el Museo del Vaticano para maravillarse de la enorme incongruencia
del credo y de la acción de las sotanas católicas. De la distancia abismal
entre lo que dice el Evangelio con respecto a las prácticas de los hombres que
encabezan y representan al Estado Vaticano, ciertamente el más próspero, el
emblema del poder político vía la oración, y aún, el Estado más pequeño del
mundo que controla la fe y las culpas; que administra pecados y absoluciones
tanto como los diezmos, las donaciones, los recursos que le generan el temor a
los infiernos de mil 254 millones de católicos en todo el mundo.
Según sus propias cuentas reportaron en
abril de este año, sus creyentes han crecido 12% más que en 2005 y hoy,
representan el 17.7% de la población global. De este arsenal de devotos, por
continentes, el Americano lidera con 49% de católicos bautizados –cifra que
significa el 63% de la población total de América-. Le sigue Europa con 22.9%
con 287 millones; África con el 16.4% con 206 millones. En Asia con 10.9%, los
católicos son el 3.2% del total poblacional. Oceanía queda lejos de Roma con
apenas el o.8%.
Registran también que tienen 415 mil 348
sacerdotes en todo el globo: 44.3% en Europa; 29.6% en América; 14.8% en Asia;
10% en África y 1.2% en Oceanía.
Nadie les escatima la amplísima base
social que poseen. La religión católica es la primera en el orbe y cada quien
en ejercicio libre del derecho humano a profesar el credo que le acomode y le
inspire, es responsable de su fe y de su miedo; de su devoción y de su
aportación.
Pero más allá de la palabra santa, el
Estado Vaticano, como lo confirma la historia mundial, ha sido un ente robusto
de poder político, que ha influido, incidido, provocado y participado
activamente en los grandes procesos y cambios históricos de la humanidad. Y que en un análisis objetivo, desprovista de
la subjetividad personal, no pasa la prueba de la coherencia en entre el
discurso del púlpito y la acción cotidiana.
A dónde quedan la humildad, la modestia,
el desinterés, la compasión, la bondad, la honestidad, la igualdad y la
justicia que promete el reino de los Cielos, cuando un ente con eminente
vocación de poder, olvida lo que pregona.
¿A dónde va la fidelidad a los dictados
de Dios, que ellos dicen encarnar en esta Tierra cuando por siglos, por lo menos
en éste y en el pasado han obstruido la acción de la justicia penal y terrenal
contra los monstruos que han violado a niños atrás del altar divino o dentro
del confesionario?
Nada que ver. Como los políticos, las
sotanas se tapan, se defienden, se dispensan y a su manera se “castigan” por
sus pecadillos. Ya está visto que los crímenes y atrocidades de la pederastia
eclesial contra niños y niñas, confirmados, difundidos, descritos por las
víctimas en diversos países, en nada tambalean al poder supremo. Reclusión y
oración para los dementes lascivos. Jamás la cárcel; jamás la ley.
Hace mucho que esta institución de poder
ha debido reformarse, en su función, en su supervivencia. No se puede
conquistar a los posibles fieles de hoy ni regresar las ovejas descarriadas al
corral, con la misma letanía de hace 50 años o de hace un siglo. Si lo
incambiable es el Evangelio, entonces hay que limpiar la casa que lo alberga
porque las telecomunicaciones, la desmoralización social y la democracia
virtual; la competitividad del Catolicismo ha menguado por otras creencias y
ramificaciones y se han abierto las cloacas antiquísimas del Vaticano de las
que han sido escupidos muchos demonios sin el disfraz de la pulcritud e
integridad que dicen representar y propagar.
Como antaño, los Pontífices eran el
último aval a los reinados en la vieja Europa, en la historia contemporánea,
los Papas han fungido en algún estrato esa dicotomía paradójica que es ser el
líder mundial de la fe católica y a la vez, un instrumento con cierta
“autoridad moral” o por lo menos, con alguna buena dosis de respetabilidad
global para convertirse en mediadores en conflictos internacionales. Si los
Papas no ejercieran el oficio político en el orbe, no serían noticia, ni a
nadie le interesaría, qué dicen, qué claman, a qué convocan o por dónde viajan.
Cierto es que en la retrospectiva el
papel de intermediación política internacional fue más visible, en publicidad,
con Juan Pablo II, hoy ya canonizado. No es secreto que el primer Pontífice no
italiano, tuvo un rol fundamental en la revolución de terciopelo de su natal
Polonia, cuando el bloque soviético vivía la Perestroika en los ochentas; que
su alianza con el líder obrero polaco Lech Walesa y su amistad con Gorbachov;
el respeto de Thatcher y de Reagan, fueron más que un puente sobre aguas
turbulentas para que Polonia declarara independencia del superhegemón soviético
sin armas, sangre ni muertos. Tampoco olvidemos que el políglota Karol Wojtyla
inauguró el inicio del turismo papal mostrando su visión geopolítica en la
preservación del mandato divino que usó para combatir tanto al comunismo como a
la teología de la liberación. Visitó 129 países en 104 viajes durante su
pontificado que aumentó de 84 a 173 el número de países con los que se
establecieron o se reeditaron las relaciones diplomáticas, lo que además le
brindó un espacio al Estado Vaticano como observador permanente en el seno de
foros de organismos internacionales.
Este giro inaudito en la historia del
desempeño del mandato papal, entronó al Papa polaco viajero como uno de los
líderes políticos más influyentes en el siglo XX y podemos afirmar, ha sido la
base del oficio político y religioso del Papa Francisco que sigue rompiendo
reglas, barriendo a conciencia en casa y quitando las telarañas momificadas de
las catacumbas del Vaticano.
Al Papa Panchito, -así le dicen con
cariño los latinos porque al ser argentino y pese a la autodenominación
engreída de algunos chés como los “europeos de América” y nada indios-, lo
sentimos nuestro, cercano, accesible y nada acartonado. Pero más, conquista su
sencillez, su personalidad liviana cuando lo vemos detener el soberbio convoy
de Su Santidad en plena carretera despoblada, donde lo esperan enfermos, discapacitados,
ancianos, niños y fieles, para bajarse y sonreír; dar la bendición; repasar la
frente y la coronilla y hasta darse su tiempo y darlo a los demás, posando
gustoso para las selfies.
Populismo o neopopulismo papal, dirían
los expertos politólogos. Humildad, dirían los religiosos. Pero Panchito hace
la diferencia en siglos.
Se sale del script; se brinca el
protocolo imperial sacrosanto y se vuelve otro ciudadano de la comunidad. Se
pone del lado de las personas terrenales, baja de su nube donde por cierto, no
le gusta estar y es otro de nosotros los mundanos, con la reserva de que
desciende para desde abajo y con su investidura moral, decirles, retarlos,
advertirles, señalarles, puntualizarles a los otros poderosos, que hagan mejor
su chamba y se dejen de corrupción, guerras, muerte, dolor, ambiciones y
cegueras que tienen al mundo entre la sangre, la devastación y la
incongruencia.
Llama al humanismo y a retomar los
principios universales, que la Iglesia que comanda promueve, pero que lo son
para todos: Libertad, Paz, Igualdad, Justicia, Honestidad, Solidaridad,
Respeto. Nada nuevo en el discurso pontificio pero Panchito lo dice y lo hace.
De ahí su trascendencia; las quijadas en el suelo de los tiesos prepotentes y
codiciosos del Vaticano; los ojos desorbitados en sorpresa de los gobernantes
mundiales.
El Papa argentino se atreve a expresar
sus ideas y visión del mundo que cree, sería el mejor y al rasgar los
estereotipos y las formas empolvadas del Estado Vaticano, piensa y le sale bien
la estrategia, ganar más adeptos.
Si la elite global lo observa bien, los
exhibe muy medianos en sus limitaciones, las que les imponen los intereses
políticos, de seguridad, los económicos y los de dominio regional, ideológico y
financiero, porque desnuda las contradicciones y la suciedad del ejercicio del
poder político del orbe, que dista de resolver para todos, más para unos
cuantos.
Me sorprende y vale el análisis del
activismo político y diplomático del Papa Grillo, -grillísimo diríamos en
México-. De lo mucho que se lee sobre sus actividades, remarco en tres cañonazos
geopolíticos de Su Santidad.
No es secreto que Panchito tejió sus
buenas mediaciones para que Estados Unidos y Cuba derritieran el hielo tras 54 años
de divorcio; se sentaran a conversar y así dar los primeros pasos, en un largo
y rocoso camino hacia el restablecimiento de las relaciones diplomáticas. Un
parteaguas histórico, sin duda.
Desde enero de 2014, Panchito conoció de
la detención de tres agentes cubanos antiterroristas y de Alan Gross
contratista en Estados Unidos y ofreció su intermediación ante la Casa Blanca
para liberarlos. Las negociaciones discretas continuaron en la Santa Sede
durante todo el año. Unos meses antes de frente a Obama en un tête a tête de
una hora le dijo “Somos todos americanos y debemos vivir en
armonía, respetando las diferencias, pero como amigos y para eso se requiere
resolver las diferencias entre su país y Cuba”. Llamado que Obama reconoció el
17 de diciembre pasado cuando anunció formalmente el reinicio del diálogo roto
con Cuba y destacó el ejemplo moral de un genuino líder, -el Papa-, que aporta
para construir un mundo como debe ser y no aceptarlo como está.
Cuba, el último bastión rojo absoluto en
el orbe, recluida por un imperialismo yanqui que sólo existe como tal en los
kilométricos discursos del dictador Fidel Castro, está de regreso sin el
estigma del enemigo, que por lo menos hace más de dos décadas dejó de serlo. Y
Obama se lleva el laurel de la historia mundial, con éste, uno de sus escasos
logros a través de la Power Intelligent Diplomacy, que comprometió y que por lo
menos en el caso cubano, sí ha cumplido, claro, con un poco de ayuda divina.
En este escenario, Panchito visitará la
isla en septiembre y seguramente en otro face to face, hablará claro con los
Castro, como es la expectativa mundial, sobre el tema escabroso del respeto a
los derechos humanos y libertades fundamentales, condición indispensable para
relanzar las relaciones bilaterales y acabar con el embargo. El Papa, según
encuestas, cuenta con 80% de aprobación entre los cubanos que así también
opinan de Obama, frente al 47% de respaldo a la dupla de los Castro que fenece
arcaica y desfasada en este nuevo proceso sin precedentes. Si logra
ablandarlos, despejará aún más el sendero para el pueblo cubano.
Otra de las suyas fue el 12 de abril
pasado, cuando en una misa el Papa se aventó y con valentía a usar un término
difícilmente digerible para el gobierno de Turquía, al aseverar que "la
masacre en Armenia sin sentido ocurrida hace 100 años fue el primer genocidio del siglo XX seguida por el
nazismo y el estalinismo". El concepto de “genocidio” y la comparativa con las prácticas de exterminio
mencionadas, lo pronunció en el contexto de la persecución, humillación y
muerte que sufren hoy los cristianos en Medio Oriente por las manos sanguinarias
del Estado Islámico; pero insistió en la necesidad de la reconciliación entre
Armenia y Turquía que hoy por hoy niega que las muertes de armenios en 1915
–dicen los expertos que fueron un millón y medio de armenios que murieron bajo
el dominio de los turcos otomanos- hayan sido un genocidio, definido por el derecho internacional como un crimen de
lesa humanidad que reclama reparación.
Cabe apuntar que la versión oficial
turca sobre las masacres de armenios cristianos entre 1915 y 1917, son
consideradas como un “conflicto armado más que provocó la Primera Guerra
Mundial, en el que musulmanes también murieron”.
Así el Papa no sólo hizo explotar la
furia del gobierno turco, que de inmediato llamó a consultas al Embajador del
Vaticano en Ankara; que en voz de su Presidente exigió a Panchito retractarse
en público de su error a quien de paso criticó y cuestionó severamente. El
Presidente Recep Tayyip Erdoğan le espetó al Papa alentar más el clima racista,
xenófobo y de aniquilamiento que se vive en la zona; también le recordó su
conducta distinta y discurso de elogios para Turquía, aliado estratégico del
Vaticano, cuando meses antes, en noviembre, en histórica visita, él mismo
promovió el mensaje de paz y tolerancia interreligiosa entre cristianos y
musulmanes de cara a la crueldad, odio y matazón en la región, de unos y otros,
por los grupos extremistas.
Pero el Pontífice argentino no metió
reversa, al contrario; reiteró lo dicho como “parte de la libertad y franqueza
con la que la Iglesia debe conducirse”. Y selló: “No podemos silenciar lo que
hemos visto y escuchado”. En Argentina hay unos cien mil armenios migrantes y
su causa es bien conocida y apoyada por el Santo Padre.
Ante la impotencia y enérgica protesta
de Ankara, acto seguido, se envalentonaron otros. Los días posteriores fueron
la tormenta imparable para el gobierno turco porque le llovieron los
señalamientos en escalada y, en el mismo sentido –el genocidio armenio- por parte
del Parlamento de Austria; del Presidente alemán, no del Gobierno de Merkel y
en el Parlamento Europeo también le entraron. Al día de hoy son 22 países que
reconocen este hecho como genocidio.
Ahora, el 24 de abril pasado, en el
centenario del evento, en la capital armenia, el Presidente francés y el de
Rusia honraron la memoria de los masacrados; muestra que cobró más relevancia
en el marco del panchote papal que Erdoğan sigue sin digerir.
Por su parte y muy cuidadosos de no
agravar más la indigestión turca, el portavoz de la ONU declaró que se trataba
de “un crimen atroz” y desde la Casa Blanca salió un llamado al gobierno turco
para realizar “un franco reconocimiento sobre las muertes masivas de armenios
durante la Primera Guerra Mundial”; claro que en ambos casos se omitió usar el
término espinoso. Pero a palo dado…ni Dios lo quita…el mero Papa atizó la
hoguera y reavivó las heridas.
Y como si esto no bastara, la Santa
Diplomacia se atrevió una vez más a girar el timón. En movimiento estratégico,
inaudito, valeroso, en mayo pasado, el Vaticano anunció que reconocía a
Palestina como Estado, estatus que el pueblo y el gobierno palestino ha
peleado, ha exigido hace décadas en ejercicio de sus plenos derechos, pero el
invasor Israel y sus aliados occidentales lo han impedido, esencialmente porque
los israelitas quieren todo el territorio, riquezas, patrimonios para ellos;
porque se niegan a la coexistencia con los palestinos y porque jamás han de
devolverles los territorios ilegalmente ocupados.
La reacción ha sido el endurecimiento de
ambas partes en la defensa de su autodeterminación y en poco ha ayudado la
posición y acciones radicales del grupo armado Hamas, señalado junto al
gobierno de Netanyahu, en días recientes por la ONU, como “sospechosos de
crímenes de guerra”, como si lo que vimos y leímos durante el último episodio
de este conflicto eterno no fuera elocuente en la intención de exterminio de
Israel contra los habitantes, la población civil de Gaza. Pero como en esto, la
comunidad internacional tiene que balancear culpas, pecados y crímenes, también
les toca a los palestinos apechugar condenas, en vez de reconocerles legítima
defensa.
El Papa, de un plumazo dejó hundidas en
la mediocridad todas las reuniones y acuerdos de “paz” firmados durante años
por líderes que poco han avanzado para que Israel y varios países occidentales –
Europa y Estado Unidos- permitan a Palestina ser un Estado con plenos poderes,
gobierno y territorio propios. Panchito congruente en sus dichos y hechos, le
quiso entrar al reconocimiento que sin duda enfureció a Israel.
Ya desde 2012 el Vaticano había dado
muestras de apoyo a la causa palestina; sólo faltaba la formalización y la
posterior rúbrica de los acuerdos tomados que entre otras cosas, reafirman la
libertad de religión en territorio palestino; regulan la cuestión de impuestos;
de propiedad y de jurisdicción relacionados con la Iglesia católica y también,
establece la voluntad de las partes por lograr el anhelado pacto de paz
palestino-israelí, que significa la coexistencia pacífica y segura de los dos
Estados. Este acuerdo se ha firmado en estos días y Palestina signa como
Estado. Así la diplomacia vaticana se suma a la razón de 135 naciones en el
orbe, que han dado reconocimiento pleno a Palestina.
El Papa pavimentó habilidosamente el
camino. Primero invitó al entonces presidente israelita Shimon Peres y al
presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmoud Abbas, a una oración por
la paz en las tres religiones y un año después decidió santificar a dos monjas
que vivieron en el siglo XIX en Palestina, Mariam Bawardy y Marie Alphonsine
Ghattas, las primeras santas de habla árabe.
Este 27 de junio quedó amarrado el
acuerdo global de 8 capítulos y 32 artículos, que además del reconocimiento a
Palestina, busca contribuir para que la paz y el respeto, la vida y la armonía
regresen a la región convulsionada, más por las guerras en Siria e Irak y las
masacres y atentados del Estado Islámico que siguen persiguiendo y matando a
cristianos impunemente.
Como vemos, el Papa anda en todo. Ofrece
sus buenos oficios a Colombia para mediar con las FARC; habla con Putin sobre
la crisis en Ucrania. Fluyen los boletines y posicionamientos del Vaticano ante
cualquier evento, matazón, accidente, fenómeno global o regional.
Es la Santa Diplomacia de un Papa muy
político, diríamos en México, un Papa “grillo”, que además de rezar, bendecir y
sonreír; de inspirar paz, humildad y esperanza; más allá de la limpieza a fondo
que ha emprendido contra la corrupción, abusos, doble moral, crímenes y demás
pecados y delitos por siempre ocultados, tolerados y consentidos, en la misma
casa de San Pedro; que hace retumbar conciencias; que desata las críticas y
seguro alienta a muchos enemigos en los ortodoxos cerrados y en las cínicas
sotanas de dos caras, cuando habla del divorcio; del aborto; del tercer género
y los que le siguen, está decidido a asentar su paso por la historia del mundo,
como un interlocutor fiable de alta autoridad moral -y no precisamente por su
investidura religiosa-, sino como un hombre de Estado, que desde su respetable
posición y su admirable personalidad, bastante revolucionaria, hasta temeraria,
está logrando destrabar asuntos y conflictos internacionales añejos, como ya
vimos y está referenciando una nueva política exterior vaticana que dista de la
ordinaria y religiosamente aceptable.
El Papa, Panchito para nosotros, también
dijo que la inseguridad y la violencia en México estaban de terror, en carta
privada. Habló de evitar “la mexicanización” –el avance del narco, la muerte y
la sangre- en Argentina. Dolieron sus palabras pero no les falta realidad.
Este es el Papa de esta década.
Imparable; movidísimo; ingenioso; franco; retador del establishment global.
Inaugura su Santa Diplomacia. El Papa, que como aquel personaje de un cuento,
aconseja, remedia. Francisco teje, empuja, compromete en público; utiliza su
modestia y su carisma y mueve genialmente sus piezas en un ajedrez mundial,
donde juegan otros y él también. Está maniobrando su poder como un gran
estratega. Pinta a estadista por un lado, con la mano de Dios y con la otra,
como el apostador más arrojado y desafiante que ya cambió al Vaticano y al
mundo; esperemos mucho más.
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