TUMBOS DE UN ANARQUISTA

Por Rebeca Ramos Rella

El gran valor de la participación ciudadana demandando su derecho de reclamo, su espacio de propuesta  y su mandato en las decisiones de gobierno, es parte sustancial de la democracia. No la hay sin las voces del pueblo. De aquí que el movimiento de la Marcha por la paz, la justicia y la dignidad, que encabeza el poeta Javier Sicilia, de origen, inició legítimo en su causa contra la violencia, muerte, dolor, miedo. De su tragedia personal surgió un alarido que reverberó en el lamento colectivo de quienes han perdido seres queridos, consecuencia de la lucha, dentro y contra, el crimen organizado. Se comprende el quebranto de familias ante muertes de inocentes, fuerzas armadas y policías en cumplimiento del deber y hasta de quienes por ambición y negocio, por pobreza e ignorancia, caen abatidos defendiendo territorios de bandas. Ante la frustración e impotencia de los deudos, ningún rostro y apodo, caricaturescos y grotescos, de criminales detenidos; ningún nombre ni pertenencia a cárteles, ni armas o drogas incautadas, colman el deseo de justicia o el de revancha, según el sentimiento.

Los activistas y Sicilia empezaron condenando la estrategia federal para combatirlos; luego señalaron ausencia de una estrategia adecuada; después presentaron un enredo de planteamientos y exigencias que evidenciaron la politización de las causas sociales primarias. Han buscado a un culpable visible y éste ha sido señalado, directo y de frente: el Presidente de la República, en el ojo por ojo, hasta coreando, desearon su muerte los movilizados. Del desproporcionado y vengativo, “¡Muera Calderón!”, reclamaron el regreso del Ejército a cuarteles -¿Y entonces quiénes pelearán y defenderán al Estado y población, si aún dormita la reforma que crearía el mando único y policía especializada?- Quieren sacar a militares de la batalla porque también los responsabilizan de los muertos y de violaciones a derechos humanos. Esta incoherencia significa dejarnos a merced de los criminales. Insisto, es absurdo. Propusieron impulsar la “seguridad ciudadana y humana”, mezcolanza conceptual no definida por nadie hasta hoy; no se sabe qué significa, pero cualquier iniciativa de autodefensa ciertamente se contrapone al fortalecimiento institucional en seguridad y justicia, que también invocan. ¿Entonces, qué quieren?

En aquel amasijo de 6 propuestas, espetaron agudamente al Presidente: “su guerra, no es nuestra guerra” ¡Qué estrechez de miras! ¡Qué poco nacionalistas! Y ¡Qué pésima la información gubernamental que no termina de aclarar ni de conscientizar! Los transgresores de la ley que matan con balas o drogas, que secuestran y explotan poblaciones, mujeres y niños; que amenazan y suplantan al Estado, son enemigos de todos los mexicanos ¿Y si no fueran los narcos, los agresores al Estado Mexicano –población, gobierno, territorio- y fueran milicias o terroristas extranjeros, tampoco sería su guerra señor Sicilia? En mismo documento eclécticamente ideologizado, por marchistas e insertados grupos de choque, radicales, petistas, perredistas rabiosos que pedían firmas para enjuiciar al Presidente, aprovecharon convocatoria diversa para protestar contra partidos opositores y legisladores, de lo que los aludidos sacaron raja para torpedearse en ping pong de recriminaciones, muy convenientes en época pre-electoral. De paso, los pacifistas se extraviaron en su genuina propuesta de seguridad, erraron al condicionar respuestas del gobierno, no a la cacería de capos, sino a la renuncia de García Luna, como si con ello se resolviera la violencia y encarrerados, pugnaron por democracia participativa –muy recurrida por la izquierda-; representativa – ya existe-; democratización de medios de comunicación –sonaron al Peje-; se volaron hasta exigir un aumento salarial emergente –bien, pero desfasado- y cancelación de la Iniciativa Mérida –¡Qué torpeza pretender derrumbar el reconocimiento de corresponsabilidad y cooperación de EU!-. La letanía de propuestas se distorsionó, ajena al primer propósito, del que jamás culparon a criminales, los crueles matones de los honrados en silencio. La grilla electorera secuestró la causa.

Del irracional ¡Ya párenle, no nos maten! Dirigido al gobierno federal, vino la catarsis del Castillo de Chapultepec. Bien por ese diálogo emotivo, vehemente, franco del que Calderón salió airoso, aunque amarrado a su razón y piedras y, Sicilia, apaciguado por ser escuchado e igualmente aferrado a la suya. Ahí quedaría expuesto el matiz politizado del movimiento, al demandar aprobación de las reformas postergadas en el Congreso, en específico, de la Reforma Política. Del reclamo legítimo de justicia a víctimas y desaparecidos, del llanto y el duelo, sobrevino la exigencia de candidaturas ciudadanas, plebiscito, referéndum e iniciativa ciudadana, revocación de mandato, voto blanco, límites a fueros y recursos a campañas, todos elementos obvios e indispensables para reformar al régimen y al sistema políticos, es decir al poder público. Pero Sicilia, enredado en sus dislates, jura que no le interesa el poder y se autodenomina anarquista –entonces está convencido en la oposición y abolición del Estado, de cualquier forma de gobierno, autoridad y control social por considerarlos indeseables, innecesarios y nocivos— ¿Por fin? Comanda cambios constitucionales, le demanda al Congreso “que le avise” pero no cree en reformas ni en instituciones. Está extraviado. Habla de “legitimar” la moral en política -¿La moral de quién o según quién?- Olvidó que cada cual según su propia moral y en política, acaso sólo pueda habitar la ética. Se sigue enmarañando en conceptos prostituidos y en berrinches. Lo peor es que confunde al pueblo ¡Qué irresponsabilidad!

Tras el beso “siciliano” a Beltrones, acusó de traidores y estúpidos a diputados, les escupió su dolor y el hedor de supuesta aprobación de la Ley de Seguridad Nacional, sin reparar que el trámite legislativo obliga a debate interno artículo por artículo –es minuta y todavía está en comisiones-. Iracundo los mandó al infierno y rompió el diálogo, amachado en el extremo del contra todo y contra todos, necea en impulsar eso que llama “seguridad ciudadana y humana”, en la salida del ejército del combate, en reconstruir el tejido social roto –generalización demasiado exagerada e irreal- y machacando el endoso de todos los muertos al Gobierno federal, ninguno a los narcos. Tampoco leyó a fondo la minuta de Ley que efectivamente requiere de precisiones, pero al radicalizarse sin analizarla, asume el poder que odia, pero ejerce como líder de un movimiento social, arrinconando al Legislativo y al Ejecutivo a su capricho ¿Será que sólo aceptará reformas y leyes acorde a su razón? ¿Quién es el soberbio que no escucha ni acepta nada? Y ¿Cómo pretende Sicilia construir y tener la paz que reclama, si trastoca el camino de la paz, con sus excesos ignorantes, disparatados y ofensivos ¿Con insultos y rabietas públicas en pleito abierto con el Estado, se llega a la paz?

Y en el colmo de sus desplantes chantajistas y contradicciones acochambradas de manipulación política e ideológica, se le olvida que pidió la cancelación del apoyo de Washington, pues ahora exige a Obama “detener inmediatamente y prohibir el flujo de armas…ordenar reportes de ventas… y regular abastecimientos…”

Son lamentables las muertes a causa de violencia desfogada por el crimen organizado a consecuencia de décadas de impunidad y corrupción que lo crecieron. Es válida y necesaria la movilización ciudadana contra inseguridad. La desgracia es que se haya desvirtuado y contaminado su causa por recovecos de grilla electorera, por desconocimiento de conceptos y conductas sociales y políticas que sólo generan confusión y distorsionan la realidad. Ojalá Sicilia, el anarquista empoderado, rectifique en planteamientos y estrategias y regrese pronto a la poesía, que es lo suyo.
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