DESPIADADOS

Por Rebeca Ramos Rella

Guerra justa no existe. Nada justifica violencia, muerte, dolor; hambre, pérdida, mutilación, inestabilidad social, económica y política, secuelas miserables. Toda guerra que el mundo ha sufrido fundamenta su “razón” en miedo, arrogancia, hegemonía, intereses y seguridad, estrictamente nacionales. No hay guerra humanitaria. En 2003, Estados Unidos y la llamada fuerza multinacional, invadieron Irak en base a amenaza de supuestas armas nucleares, que nunca aparecieron. Los ”liberadores demócratas”, autodenominados aliados desde la Segunda Guerra Mundial, amparados en resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU, donde sólo 5 miembros de 15, tienen derecho de veto y poder para decidir por la sociedad internacional, en inmediata acción concertada, invadieron un país gobernado por un tirano hostil a Occidente. A 8 años ha resultado la guerra más costosa, absurda y falsa en sus justificaciones, extremadamente hiriente a una nación que aún construye transición sobre muertos y sangre; pero fue salvada del gran déspota, ahorcado por crímenes contra la humanidad. Hussein como Gaddafi fueron aliados convenientes a Washington –a Francia, Alemania, Italia, Gran Bretaña, Rusia- en su momento. Los armaron, los toleraron en sus excesos dictatoriales despreciables. Saddam fue útil contra Irán, no más cuando invadió Kuwait. Muammar fue servicial tras erradicar producción de armas nucleares, tras abandonar sus afanes panárabes, después de suavizar su amenaza anti-israelí y cooperar contra Al Qaeda y demás terroristas, por eso a nadie importó su intervencionismo en conflictos africanos; el ataque contra él en 1986, en Trípoli por un Reagan iracundo y petulante fue reducido a ruinas de su palacio destruido y empolvado, símbolo de la soberbia estadunidense y de su invulnerabilidad, casi mesiánica. Mera propaganda.

Ningún humano sensato, informado y libre de pensamiento hoy puede tomar partido por ningún megalómano represor de derechos humanos y civiles que son condición fundamental de la democracia y del Estado de Derecho, de la justicia y libertad, de la paz y fraternidad que toda nación defiende, exige y respeta como forma de vida y convivencia civilizada. Pero el asunto libio tiene sus aristas que obligan a reflexión. Ni la conducta cerrada de Gaddafi contra opositores es tolerable como tampoco que EUA y Europa lo hayan consentido 42 años en el poder. Lo aceptaron, se tomaron la foto, le dieron la mano, le dispensaron excentricidades y caprichos –levantar su magna tienda en Naciones Unidas, su guardia amazónica, el incidente de enfermeras francesas detenidas-; le compraron petróleo –Libia es tercer productor global- aún y exhibiéndose inmisericorde dictador, rijoso, desafiante. El pueblo libio ha vivido totalitarismo, régimen militar arbitrario, auténtica autocracia todos esos años, aunque la economía es estable. ¿Por qué los liberadores demócratas esperaron tanto tiempo para alentar cambio o “salvarlos” de semejante bárbaro? ¿Ante quiénes Gaddafi perdió legitimidad? ¿Cuál legitimidad? ¿Era legítima una dictadura represora de derechos fundamentales?

La vocación “humanitaria y salvadora” de la intervención militar, sustentada en Resolución 1973 del Consejo de Seguridad votada sorprendentemente en fast track, para legalizar bombardeo multinacional contra Libia, contra la mitad que apoya a Gaddafi, en medio de una guerra civil, es eso, intervención en asuntos internos. Gaddafi ha hecho uso del monopolio de la fuerza de su Estado para combatir a sus opositores que atentan contra su régimen. Eso es legal en la perspectiva de cualquier Estado amenazado, pero la coalición le escamita ese derecho y como se observa en prospectiva, muy posiblemente habrá ocupación –invasión- si Gaddafi resiste e insiste en pelear contra los “criminales y perros terroristas” que agreden la soberanía libia. Tiene horas contadas. Van por él. Lo quemarán vivo.

Ojalá así de rápido y efectivo como resolvieron las 5 superpotencias, así determinaran sobre combate al cambio climático –China y EUA siguen sin firmar acuerdos vinculantes de reducciones de CO2-; sobre recuperación económica en el seno del G8 y del G20 –todavía no fluyen dólares y euros para economías emergentes y en subdesarrollo; sobre los asentamientos ilegales que construye Israel en la franja oriental que impiden la paz con Palestina; sobre asuntos sustanciales para la cooperación y seguridad mundial, como el tráfico ilícito de armas, drogas, personas, niños, lavado de dinero. No. En esos affaires, dilatan, vetan, se abstienen hipócrita e irresponsablemente.

Si las masacres de opositores, si fallecidos luchando causas justas como cambios políticos y derechos humanos efectivos, importan tanto a Estados Unidos, Francia, Bélgica y Gran Bretaña; a España, Italia, Canadá y a ¿¡Qatar!? ¿Por qué no intervienen militarmente en Yemen y Bahréin donde corren ríos de sangre y se oyen alaridos de libertad hace semanas? Yemen es demasiado pobre en recursos energéticos y el otro emirato es estratégico centro financiero que requiere estabilidad, pero Al Khalifa es amigo. ¿Por qué no pincelan su desesperación y temor con algo de congruencia y le piden a Marruecos, a Argelia, a Jordania, a Arabia Saudita y a los Emiratos Árabes Unidos y ya encarrerados de una vez a Siria, que transformen su sistema político, hacia una transición democrática en calma y en concertación con sus pueblos reclamantes? Hay muertos, hay heridos reprimidos, hay descontento, hay flamas revolucionarias prendidas. ¿Por qué miraron desde la barrera lo que sucedió en Túnez y en Egipto? Había mismas condiciones: dictaduras, movilizaciones, decesos, violencia, hartazgo. A Túnez lo dejaron escalar conflicto desde diciembre y hasta la ex Canciller francesa viajó allá por vacaciones y negocios. A Mubarak lo dejaron huir sin juicios, sin rendición de cuentas por los muertos, ni la periodista violada bastó para entrarle a la “liberalización armada pero humanitaria” ¿Por qué no reaccionan así con Cuba, Venezuela, El Salvador, Bolivia donde hay autocracias electorales? ¿Y el régimen dictatorial, violador de derechos humanos en China? ¡Abajo las dictaduras, pero todas!

Los aliados le temen y mucho a Gaddafi. Sabe demasiado, ha dado demasiado, puede desestabilizar más el precio del petróleo y generar otra crisis financiera mundial; puede cumplir y unirse a Bin Laden, puede desequilibrar la región contra Israel, puede sembrar semilla de guerra santa y como ellos, manipular información a medios, puede ventanear –pagó campaña de Sarkozy y no se la perdonó-. El presidente francés en temeridad visceral característica convence a europeos y estadunidenses y lanza primeros misiles desde el aire. Quiere reelegirse, quiere rectificar su política exterior fallida y baja popularidad local. Obama, ha fracturado su propuesta de política exterior de “power intelligent”-cooperación, respeto y corresponsabilidad- y volvió al garrote de la hegemonía impositiva. Quiere reelegirse, quiere congraciar a su pueblo devoto salvavidas, ávido de enemigos y a republicanos sedientos de mano dura, de supremacía militar. ¿Quién garantiza que ataques, bombazos, misilazos, diferenciarán a opositores, de gaddafistas y de civiles? Matarán a inocentes. Mentira que hayan agotado recursos diplomáticos. La ONU debió enviar una misión de paz y diálogo –intentarlo por lo menos-; debió cerciorarse del alto al fuego; debió enviar cascos azules pacificadores. Lo que sucede en Libia ha demostrado una vez más que el derecho internacional se respeta a modo de intereses de hegemones preocupados sólo en salvaguardar sus intereses estratégicos, no les importan las carencias de los pueblos que han padecido décadas a  tiranos y a ellos, sus cómplices que los han cuidado y sostenido en sus tronos divinos y que hoy, se jactan de defenderlos con bombardeos.

Morirán muchos en esta guerra, donde todos los participantes reaccionan despiadados a destruirse de frente y a pesar de una nación dividida, su pretexto lucrativo para retomar control y poder regional, la ventajosa carne de cañón que necesitan sacrificar para encumbrarse.