EXCEPCIONALISMO

Por Rebeca Ramos Rella


Está de moda sentirse excepcional. Basta leer la prensa nacional e internacional, ver noticieros, para identificar a los políticos que se muestran ajenos al común denominador; que se presentan a la sociedad, al país, al mundo, como seres superdotados, extraordinarios, con virtudes distintas a la normalidad humana que exaltan para convencer al colectivo sobre sus acciones, dichos, posiciones, y contradicciones. Pareciera que estamos glorificados por una casta gobernante, divina y redentora que va a salvarnos del mal y que va a resolver nuestras vidas. Esa es la trampa en la que derrapan o sucumben, aquellos que erigiéndose líderes recurren al mesianismo para ejercer el poder y resguardar sus intereses de grupo, bajo el aura de la defensa de intereses nacionales.

Vivimos en una época de excepcionalismo humano, moral, político; hasta los desastres naturales son hoy excepcionales en su magnitud destructiva y terrorífica. Dicta el tumbaburros que el excepcionalismo es “la tesis implícita o explícita de que un grupo humano -país, sociedad, institución, colectivo, movimiento o periodo histórico- es de algún modo excepcional y queda fuera de leyes, principios, derechos, obligaciones considerados normales. Surge como un mecanismo para exagerar aparentes diferencias y obtener privilegios legales o conductuales específicos”. En diversos momentos históricos el Imperio Británico, URSS, el Imperio Japonés, la Alemania Nazi y Estados Unidos han sido exponentes de esta tesis, al ensalzar su concepción de sí mismos como país y de su rol protagónico en el orbe. Sin caer en retórica rancia antiimperialista cierto es que EUA fundamenta su política exterior, desde la segunda posguerra, en este concepto. Según Alexis de Tocqueville, se asienta en “el ardor religioso, el espíritu republicano y la íntima unión entre el genio religioso y el de la libertad”. Es una noción de su religión política –“God bless America…in God we trust”-, aunado al patriotismo reflexivo -amor instintivo a la patria- y a la herencia puritana inglesa.

Seymour Martin Lipset circunscribe la esencia del excepcionalismo en “el liberalismo populista; en la retórica de la demagogia litigante; en la ausencia de socialismo; en la debilidad del estado de bienestar; en  la proliferación de armas privadas; en la persistencia de la pena de muerte; en la coexistencia de minorías de inmigrantes y racismo y en cinco grandes principios del credo político -libertad, igualitarismo, individualismo, populismo y dejar ser- para infundir “el consenso mesiánico de su misión nacional, salvadora, proselitista” que logre aceptación sobre la supremacía de su liderazgo global. Así han justificado en cada guerra o conflicto allende sus fronteras, su intervención militar e invasiones, su ambición expansionista.

Al recibir el Premio Nobel de la Paz, el presidente Obama suavizó bajo condicionantes y justificó con pragmatismo, el excepcionalismo político de su país, dentro de una política exterior de corresponsabilidad y afianzadora del multilateralismo: “Habrá tiempos en que las naciones actuando unilateralmente o en consenso hallarán el uso de la fuerza no sólo necesario, sino moralmente justificado(… )enfrento al mundo como lo es y no puedo cruzarme de brazos ante amenazas contra estadounidenses(…)Estados Unidos ha ayudado a garantizar la seguridad mundial durante más de seis décadas con la sangre de nuestros ciudadanos y el poderío de nuestras armas ”.

En mensaje aclarador reciente aseveró: “Conscientes de costos y riesgos de la acción militar, somos reacios a usar la fuerza para resolver los desafíos mundiales, pero cuando nuestros intereses y valores están cercados tenemos responsabilidad de actuar; esto ha sucedido en Libia(…)sabíamos que si esperábamos un día más, pudo haber una masacre que hubiera reverberado en la región y manchado la conciencia del mundo y no estaba en nuestro interés nacional permitir que eso sucediera(…) declaré que la participación de EUA sería limitada (no envío de tropas terrestres y entrega de mando a la OTAN) pero apoyaremos la transición futura que el pueblo libio merece(…) teníamos una única capacidad para detener la violencia: el mandato internacional para actuar; una coalición externa preparada para unírsenos, el respaldo de países árabes y una súplica de ayuda del pueblo libio(…)América tiene un interés estratégico importante en prevenir más atropellos de Gaddafi contra opositores. Una masacre hubiera expulsado a miles de refugiados a Túnez y a Egipto, países con una frágil transición que hubiera tensionado sus procesos pacíficamente y la resolución del Consejo de Seguridad hubiera quedado en entredicho exponiendo su credibilidad como institución que cuida la paz y seguridad internacionales (…) estoy convencido que un acto fallido en Libia hubiera costado un precio más alto para America”.

Vale la reiteración de Obama sobre la concepción de propiedad que EUA ostenta no sólo sobre el continente americano –Doctrina Monroe-; sobre molestias a su país por cargas de refugiados huyendo de la guerra a países vecinos norafricanos, sino también su negativa a ver disminuido al Consejo de Seguridad, frente a futuras resoluciones. Habló como dueño de todo.

Remarcó “(…) sin duda, Libia y el mundo estarían mejor sin Gaddafi; yo mismo con otros líderes abrazamos ese objetivo y lo perseguiremos activamente. Pero trasladar tropas nuestras e instaurar el cambio de régimen, sería un error”. Pactaron que Muammar se va, pero no definen aún a dónde ni cómo.

Ante reclamos de algunos países por incongruencias  y señales cruzadas en este proceder, matizó con soft diplomacy: “Es verdad que EUA no puede usar a nuestros militares donde toda represión ocurre (Siria, Bahréin, Yemen, donde también hay matazones y persistentes violaciones de derechos humanos, igual en China) y dados los costos y riesgos de una intervención, siempre debemos medir nuestros intereses frente a la necesidad de entrar en acción”.  Vaya, por fin. Desnuda intenciones. No se trata de la medida de desgracia de seres humanos, sino de la medida de sus intereses y de presupuesto militar, lo que determina la acción redentora.

Y reviró críticas refrendando el excepcionalismo: “No soslayaremos la responsabilidad de EUA, como líder, ni con seres humanos bajo estas circunstancias, pues eso sería una traición a quienes somos. Algunas naciones pueden ser capaces de ignorar atrocidades en otros países. Los Estados Unidos de América somos diferentes”.