PARTICIPACIÓN CIUDADANA RESPONSABLE

Por Rebeca Ramos Rella

La participación ciudadana es ingrediente sustancial de un sistema democrático. La organización, movilización y contribución de los ciudadanos en la toma de decisiones, en el diseño de políticas públicas, en la reorientación de acciones de gobierno es vital e indispensable, para que la gobernabilidad democrática se asiente en la legitimidad, en el reconocimiento a la pluralidad y en el ejercicio de la tolerancia. Se entiende que en un sistema político donde los ciudadanos eligen libremente a sus representantes populares –legisladores- y autoridades –gobernantes-, éstos tienen la responsabilidad constitucional, social y política de abanderar y defender los intereses prioritarios de sus representados y gobernados.  No deben jamás ignorar u olvidar que se deben al mandato de quienes los eligieron y de los compromisos que contrajeron para ganar el voto, la confianza y el respaldo social. Tampoco soslayar el ejercicio de su derecho –constitucional y humano- de libre expresión y manifestación. Deben ser escuchados y considerados planteamientos y demandas. La opción de cerrazón gubernamental a éstos, es muestra de intransigencia, autoritarismo, despotismo y la parte ciudadana se tropieza en mismos extremos, si se atrinchera inflexible en sus posturas. Es en la mesa de diálogo y negociación, en el intercambio de ideas y visiones, donde los acuerdos entre ciudadanos y representantes y autoridades, se tornan acciones y compromisos, con tiempos y alcances para resolver.

La reciente Marcha por la Paz, es un referente extraordinario de la capacidad de convocatoria y de participación ciudadana. Paz y seguridad y un desgarrador  ¡Ya basta! de violencia, sangre, muerte, miedo fueron la esencia del clamor colectivo. Cierto, los mexicanos estamos extenuados de temer e iracundos de dolor; hartos y enojados de ver, leer, saber y padecer –“estamos sufriendo” dijo Calderón, aparentemente vencido, al Papa, en tono de desesperación e impotencia que atemorizó más ¿El Presidente no sabe qué hacer? ¿Apela al arquitecto universal? Estamos amolados- y cansados de vivir a medias por pérdidas, abusos y agravios, crueldades e injusticias, que la guerra, mal llamada “del Presidente”, contra el crimen organizado ha generado.  El combate entre el Estado Mexicano y sus enemigos se libra en el frente específicamente militar y policial, pero, ante ausencia de consensos y omisiones estatales y municipales en corresponsabilidad institucional hacia una política de Estado en seguridad y vastas críticas -politizadas y electoreras o bien intencionadas y responsablemente analizadas- a estrategias, tácticas y acciones del gobierno federal, esta narcoguerra también se debate en los entornos social, político, ideológico, mediático, religioso, académico, diplomático y multilateral. De forma que los esfuerzos parecen inefectivos y dispersos; las muertes civiles y de combatientes, más lacerantes; hay confusión, desconsuelo, rabia, señalamiento de culpas. El gobierno federal a pocos convence –con algunas reservas, sólo a la Casa Blanca- y menos, cuando hay duelo y furia, terror y sentimiento de indefensión social de por medio.

Solidaridad y respeto a quienes han sido indescriptiblemente lastimados y lideraron la expresión multitudinaria, pero el genuino deseo pacifista, se contaminó de intereses partidistas, de ideologías y propaganda manipuladoras. Objetivamente sin defender ni descalificar, reflexiono: los marchistas fueron rehenes de quienes aprovecharon su participación espontánea y válida en sus reclamos dignos y respetables, para denostar al ejército, a la marina, al gobierno federal, al Presidente y a opositores según colores, con arengas sobredimensionadas, prostituidos los significados de palabras utilizadas y extremistas en su contenido -“Muera Calderón” es un ejemplo-. Pretender reducir el alarido social contra la violencia, a la renuncia de un alto funcionario, a una muerte lamentable, cuando hay más de 40 mil fallecidos, inocentes y militares, es quedarse cortos; condenar y sentenciar al gobierno y no a narcos y criminales miserables, es absurdo y es una equivocación; si no existe el mando único ni policía especializada –legisladores no han hecho su trabajo para crearlos- ni voluntad y responsabilidad políticas en coordinación efectiva entre los tres órdenes de gobierno, demandar sacar al ejército de esta guerra, es ridículo y mucho más peligroso para todos, para el Estado de derecho y para la soberanía nacional -¿O prefieren a criminales “gobernando” o “ser salvados” por marines, CIA, FBI, DEA o los Seals que mataron a Bin Laden, en aras de la defensa y seguridad nacional extranjera?-.  Es irresponsable y riesgoso usar frases hechas y pegajosas, sin explicarlas al conglomerado participante ni desglosarlas a los medios que las difunden -¿Cómo ganarles a criminales cruentos con seguridad ciudadana?-; llamar al no voto es resistencia civil, pero delimitar la corrupción a gobiernos y políticos es omitirla en ciudadanos –Transparencia Mexicana ilustra: En 10.3 de cada 100 ocasiones en que se realizó un trámite o accedió a un servicio público, los hogares pagaron “mordida”; reportaron más de 200 millones de actos de corrupción en
trámites y servicios. En 2010 el costo económico de esta forma de corrupción superó los 32 mil
millones de pesos. Pelear contra la corrupción empieza por casa, es un acto individual y cotidiano.

Los ciudadanos exigimos mejores instituciones, autoridades honestas y efectivas acciones de gobierno para solucionar todo lo que nos agravia: violencia, inseguridad, impunidad; también desigualdades, discriminación, pobreza. Demandamos ser escuchados. Reclamamos apertura constitucional a cauces más democráticos como el referéndum, plebiscito, iniciativa ciudadana, revocación de mandato, candidaturas independientes. Queremos de vuelta el poder, para transformar y mejorar. Tengamos más responsabilidad en nuestras conductas y posiciones sobre los grandes temas nacionales y locales. Informémonos más, razonemos planteamientos sin odios que destruyen, sin chantajes partidistas que dividen y condicionan; expresémonos con sustento de contenido; no seamos manadas ignorantes y enardecidas, sin reflexión, ni cuestionamiento, botín de pseudolíderes que trafican con nuestras debilidades y carencias, con el dolor.

Nuestra participación ciudadana debe tener congruencia, contexto y propuesta viable, real y realizable. Seamos ciudadanos ejemplares, no tiremos la basura donde el vecino. Aprendamos a canalizar la fuerza social y a plantear lo que merecemos y tenemos derecho.  Señalemos el rumbo, el cómo, cuándo y para dónde sin siglas, sin dobleces electoreros, sin venganzas. Convirtámonos en una sociedad civil pensante, vigilante y propositiva; racional, igualitaria, honrada, tolerante.  Construyamos mejores gobiernos y representantes, el entorno que queremos, siendo ciudadanos responsables.



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