LA CATARSIS

Por Rebeca Ramos Rella


El diálogo en el Castillo de Chapultepec es evento histórico. El disco duro cerebral no registra algo parecido en la historia reciente de nuestro país, por los motivos expuestos. La soberbia cuasi monárquica, esa solemnidad y vasallaje medroso de otros tiempos, lo inalcanzable e inabordable del otrora Tlatoani de nuestro hiperpresidencialismo, hoy caduco, jamás hubiera dado oportunidad a someterlo a cuestionamientos –a los superpresidentes nadie ni su séquito, podía negarles nada, criticarles ni señalarles equívocos-, mucho menos de los gobernados, inimaginable en vivo y por medios electrónicos. ¿Cuántas veces habremos querido decirle algo a nuestro gobernante? Lejos del insulto y la mofa ¿Una propuesta, un reclamo, una muestra de solidaridad o hartazgo? Dice Aguilar Camín que lo acontecido es un hecho de naturalidad democrática. Así ganamos todos, gana el respeto a disentir y el reconocimiento a coincidir; vence la civilidad política, se recupera la esperanza en la credibilidad en instituciones aún “podridas” como bien las definió Javier Sicilia, pero con posibilidad de transformarse. Una primera reflexión es que hemos sido testigos de la evidencia innegable de que el suprapresidencialismo a la antigua se ha superado –oigan aquellos que siguen, sueñan y pretenden reeditarlo- y que hoy, los gobernantes deben estar alertas, disponibles y dispuestos al cuestionamiento frontal ciudadano si han de servir para lo que fueron electos, primero para garantizar derechos, seguridad, vida y respeto, justicia y dignidad, el interés general, el interés de la Nación.

El intercambio intenso, emotivo, la purificación de las emociones surgidas de la tragedia, desbloqueó rencores, culpas, miedos, acusaciones. Vimos al Presidente coloquial, franco, a veces dramático al exponer las razones de su deber moral y ético, con un dejo de frustración. Vimos al hombre de Estado humanizado en su desesperación y contundencia para continuar peleando. No regañaba, fervoroso defendía y argumentaba. Descubrimos que ha hecho lo que puede con lo que tiene. Con muy poco -partido dividido, mayoría opositora en el Congreso, gabinete incompetente, falta de liderazgo-. Pude imaginármelo inmensamente solo, escaso de recursos y apoyos, bombardeado de críticas partidistas y así, cazando criminales, nivelando furia contra autoridades cooptadas y jueces corruptos, doliente de muertos, buenos y malos, al fin mexicanos todos. Inocentes miles, masacrados en fuego cruzado, las víctimas de guerra que arrinconan al Estado, carne de cañón para herir a la sociedad y al gobierno, los escudos humanos para debilitar y desacreditar al contrario; y miles otros tantos extraviados y envenenados de odio, crueldad, ambición y resentimiento social. Sicarios, niños y jóvenes, matones infames otros, obligados. Muchos pobres, hambrientos de poder, de dinero y respeto.

Si pedir perdón por los muertos y mostrar arrepentimiento por tardía acción, restauraba algo del dolor, nada engrandece más al ser humano –y más a los poderosos- que reconocer sus errores en público, pero es la mitad del camino; lo que sigue es la corrección. Bien por Sicilia que rectifica y da congruencia a su planteamiento y responsabiliza, repartiendo culpas, a los tres niveles de gobierno por inefectividad, corrupción e impunidad, y a criminales por muertes y violencia. Bien por Calderón que restañó, aguantó diálogo abierto. Más, explicó con lenguaje accesible, la diferencia entre el modelo tradicional de narcotráfico y el narcomenudeo: el origen de violencia que más allá del tráfico ilegal de drogas, se ha convertido en quebrantamiento de derechos civiles, ausencia del Estado, empoderamiento de territorios, indefensión de ciudadanos. De manera que coincido en que Sicilia yerra al afirmar que “esta guerra no es nuestra” y que “la estrategia falla al combatirla como asunto de seguridad nacional y no de salud pública”. ¡Claro que la narcoguerra es asunto de seguridad nacional! ha traspasado el umbral del Estado de derecho al amenazar legalidad, paz y seguridad de la sociedad y ha trascendido fronteras. Al suplantar al Estado, los criminales menguan soberanía y gobernabilidad y al expandirse como un negocio trasnacional ilegal y armado, están agrediendo a otros Estados. De ahí que en la Conferencia Internacional de Apoyo a la Estrategia de Seguridad de Centroamérica celebrada en Guatemala, los Jefes de Estado hayan coincidido en mayor cooperación internacional para vencerlos. Calderón pidió prevenir y erradicar consumo en EUA, -que sube a 21.8 millones de adictos según la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes de la ONU-, prohibición en venta de armas y 35 mil mdd; en tanto Clinton reiteró corresponsabilidad para afrontar a delincuencia organizada con fondo de 300 mdd y 500 mdd del BID para la región centroamericana, hoy la más insegura del planeta.

Si bien en la Conferencia Anual México-Estados Unidos sobre Reducción de la Demanda de Drogas realizada en México se acordó reforzar acciones y recursos para la prevención, -y se refrendó negativa para legalizarlas- las drogas, su producción, distribución, comercialización y consumo –que en México creció a 450 mil adictos- sólo son una parte del flagelo. Los cárteles han diversificado su producción a drogas sintéticas y su deleznable modus operandi hacia otros delitos igual de macabros como secuestro, extorsión, tortura, tráfico ilegal de armas, personas, dinero, hidrocarburos. Combatirlos es responsabilidad del Estado, Poderes y órdenes de gobierno y también de la sociedad organizada. Sobre todo en donde los malos son protegidos y encubiertos por pobladores.

Por tanto el enfoque de combate al crimen organizado debe ser integral: desde la salud pública hasta la seguridad nacional, regional e internacional. Las tres estrategias del Gobierno federal son coherentes: Combatir y someter a criminales y reconstruir instituciones en tres órdenes de gobierno y el tejido social. Cierto es que las víctimas deben acceder a reparaciones, a instrumentos de participación y vigilancia ciudadana como lo planteó Sicilia y para eso se requiere la Reforma Política –a ver si los diputados hacen su trabajo ya-. Sacar al ejército sigue siendo absurdo ¡Son quienes defienden el frente!

Nada aliviará el desconsuelo de pérdidas y muertes; el ahogo por los desaparecidos. A Calderón lo juzgará la historia, pero vemos, tiene genuino sentido del deber. Ojalá haya justicia efectiva resultado de esta catarsis, que nos brindó a los mexicanos la esperanza de que podemos ser escuchados y atendidos por los poderosos, tan humanos como nosotros, tan solos en la cima del poder, como nosotros, en la planicie, en la lucha cotidiana por vivir en paz, con ley y dignidad.


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