DEL MANDO AL LIDERAZGO



Por Rebeca Ramos Rella



En la vida llega un momento en que todas y todos hemos de enfrentarnos al mundo del trabajo, de la competencia y de las jerarquías. Arriba el tiempo de ganarnos el sustento con nuestro propio esfuerzo. Algunos, estudiando y trabajando al mismo tiempo; otros sin oportunidad de preparación, en ruta directa a responsabilidades y encomiendas; otros emprendiendo un negocio u oficio. A todas, todos se nos ha enseñado el camino de la realización y de la superación, también a través del desempeño de un trabajo, actividad para la que hemos de aprender, capacitarnos, adquirir el perfil, la habilidad y los conocimientos necesarios para desarrollarla. En casa, en la experiencia de otros, hallamos la certeza de que hay que trabajar para vivir, para ser independientes, para producir y aportar a la comunidad, al estado, al país. Nadie debe sacarle vuelta al trabajo, pues es la remuneración la que nos permite ser personas útiles, dignas, autosuficientes y libres. Buenos ciudadanos.



Desde educación en el hogar, negocio, escuela, universidad, en los centros laborales y de servicios diversos, sabemos que condiciones indispensables para el trabajo son el conocimiento, honradez, responsabilidad, respeto, eficiencia, proactividad, términos que hoy modernizan y tienden a mejorar el desempeño laboral, cualquiera que sea nuestra área. Está comprobado que a mayor capacitación de los recursos humanos, mayor productividad y competitividad; mayor calidad en la prestación de servicios y en la ejecución y solución de encomiendas; está probado que mientras el respeto a los derechos y condiciones laborales de los empleados, ascensos, prestaciones, paridad salarial, salario justo, trato digno y respetuoso, el esfuerzo y dedicación al trabajo, se incrementan y suben las utilidades y los buenos resultados.



Sin embargo nada es más efectivo en la formación de los recursos humanos, de sindicalizados o de personal de confianza, de equipos conformados por recomendados o cuates, compromisos y equilibrios con grupos distintos, nada es más sólido y aleccionador que la acumulación de experiencia, que complementa a vocación, profesión, especialización y a la permanente capacitación. Hay detalles de análisis y operación, de trato y convivencia humana, de planeación y previsión que no están en los libros ni en Google y que se van adquiriendo con el tiempo, los descalabros, los raspones; con los errores y también con los logros. Entonces cumplir no es nada más una necesidad de sustento; no es nada más un acto de obligación a cambio de un salario; cumplir se vuelve un arte de convicción y de sapiencia y cuando se imprime la aportación extra, la lealtad y la gratitud, hasta la institucionalidad, entonces estamos frente a un trabajador o trabajadora de mayor compromiso, confianza, profesionalismo y efectividad.



Hay personas que disfrutan su trabajo; otras lo detestan: el margen de diferencia es precisamente el nivel de reconocimiento y aprecio que sus jefes otorguen a su labor y por supuesto que se vea reflejado en ascensos, en mejoras salariales y de condiciones laborales y también en el ambiente de trabajo cordial, respetuoso, congruente y equitativo, que contrarreste la discriminación, la intriga, la grilla, el chisme, la envidia, el servilismo, los celos, inseguridades y egos y personalidades presentes en el factor humano que siempre subjetivizan el estricto desempeño de una labor o función.



De manera que todas, todos hemos de esmerarnos en alcanzar metas y resultados; aplicar valores y principios en el desempeño; aprender a trabajar en equipo y soslayar conductas anti-productivas o destructivas que devalúan nuestra contribución, certificación y mejoramiento. Pero ¿y los jefes o jefas? ¿Cómo aprenden a serlo? Se entiende que los que dirigen, comandan y ordenan, lo hacen porque han transitado ese sendero desde abajo y en el cúmulo de aprendizaje superado, han logrado profesionalizar su función para saber ejercer el poder y usar su jerarquía.  Es posible que hayan adquirido nociones del cómo, cuándo, dónde y porqué de sus antiguos jefes o jefas y en esa transmisión generacional o escalafonaria, se haya definido su propio estilo. Estilo que se impone por la persona que tiene el mando y que no necesariamente y en casos, lamentablemente se ajusta a las máximas características que indican el mejor desempeño laboral desde la línea de mando. Usualmente el estilo, principios, conductas se van deformando en la medida que se asciende a niveles de más poder. Las personas poderosas cambian hasta tornarse irreconocibles incluso por sus más cercanos. Y es que el ejercicio del poder puede resultar en le peor de los casos, un virus que contamina valores, actos y decisiones que engendran la soberbia, la prepotencia, la corrupción, la arbitrariedad, el engreimiento, hasta la autoconcepción de sentirse indestructibles, intocables, inalcanzables, mesiánicos, iluminados.



Así, el trabajo desde el mando se vuelve una actividad personalizada y vertical y a partir de esa confusión, se hace uso y abuso del poder y de la jerarquía, con respecto y en detrimento de los subordinados, del colectivo a beneficiar y del proyecto mismo. Y es que en nuestro sistema y régimen políticos, la cultura del ejercicio del poder sobrepone y sobredimensiona al personalismo, a lo unipersonal, al autoritarismo, a la exclusión e invisibilidad de los “talacheros” o de los soldados, a cambio de la entronización exaltada del jefe o jefa, del general o generala, quienes se asumen el vértice, que ignora a la pirámide y a la base que lo o la sostiene y que le torga esa jerarquía. Olvidan que no hay jefe o jefa si no hay equipo.



Esta es una concepción torcida y viciada de una cultura de mando lineal que omite, disminuye y entierra el esfuerzo colectivo del equipo; que da más prioridad al culto a la personalidad, al vasallaje, que a la efectividad laboral; que valora más la intriga, el chisme, el chiste y la alabanza, que a la lealtad, la gratitud y la institucionalidad efectiva en hechos y resultados.



Es ingrediente del presidencialismo arcaico reproducido hasta en los rincones más remotos y modestos de conductas y espacios de trabajo, donde siempre hay un directivo que manda, ordena, hasta grita y humilla y hay un grupo de personas subalternas que deben obedecer, callar, someterse a agravios e injusticias, a incongruencias, absurdos y desplantes de personalidad, bajo la amenaza de la renuncia y del desempleo. Y los empleados y colaboradores jóvenes, personas mayores y mujeres sufrimos además, discriminación, sexismo, disparidad salarial, falta de reconocimiento, invisibilidad, desprestigio infundado, agresiones, acoso y maltrato.



Miente quien diga no haber padecido a un inmediato superior de esta especie. Y padecer por irremediable necesidad de sobrevivencia. Y recuerdo el consejo sabio de mi padre: “Busca trabajar con alguien a quien le puedas admirar y aprender”. Después de 26 años trabajando, desde mi primer jefe, un director de primaria, el del instituto de idiomas, el diplomático director general, el diputado, el senador, el dirigente nacional de partido, el delegado nacional, el secretario general de gobierno, el gobernador, el otro gobernador, la poderosa secretaria particular, el otro diputado, los candidatos, el otro gobernador, la secretaria de gabinete; las jefas amigas lideresas, los amigos jefes dirigentes y líderes, a todas, todos, les he agradecido forjarme efectiva profesional, previsora, perfeccionista, exigente, minuciosa, prospectiva, analítica, neciamente responsable y devota de mi trabajo y de mi esfuerzo adicional. Cada uno a su estilo respetable y a veces, desde la tolerancia mutua en la franqueza y lealtad, si agudo el desacuerdo, para mejorar, para crecer.

Agradecer también la sólida defensa de mi dignidad profesional, laboral y humana hasta de aquella jefa delegacional tristemente extraviada en su ambición y de aquel inmediato superior insistente en su reafirmación de ego y de autoseguridad.



Y en el análisis comparativo he descubierto que el mando, el poder y la jerarquía se ejercen siempre mejor desde el liderazgo, que sabe ordenar e instruir sin necesidad de agraviar ni de amenazar; liderazgo que sabe reprender y reorientar, guiar y generar causa común, convicción, adhesión, respeto, admiración, sin necesidad de humillar y maltratar; el liderazgo que comanda al equipo, al que reconoce, apoya, escucha y respeta, porque sin la base, no hay jefe ni líder, no hay resultados, no hay destino; el jefe o la jefa líder que procura a los suyos, a su gente y le facilita con dignidad y efectividad, las condiciones dignas e insustituibles y que marca la ley, para realizar actividades y encomiendas.



Todo el que aspire y ejerza poder, sabe y acepta que llegará y se sostendrá, si su equipo es eficiente y efectivo; si hay buen trato y si lo apoya incondicionalmente, en consecuencia; si es el equipo de los mejores, de los más adeptos y de los más aptos; el equipo como la plataforma consistente para apuntalarlo y lo será si el líder o lideresa, al mando es buen jefe o jefa, si aplica lo que promueve y predica, adentro y hacia abajo. Quizá por estas razones, interesa tanto conocer los equipos de precandidatos, de gobernantes y demás directivos. Quizá por eso, se remarca tanto en una reforma política que permita al Senado proponer y ratificar al gabinete federal.



El liderazgo en el poder, tiene la inteligencia de respetar, valorar y considerar a los suyos, pues son el reflejo del capitán en su carrera a la cima. Si el equipo falla, falla él o ella. Si el equipo es fuerte, fortaleza a la cabeza. El que coordina y dirige el esfuerzo de todas y todos no debe olvidar que las jefaturas se esfuman, son meros puestos, escritorios y membretes, que se quedan mediocres si no hay mística, proyecto, mutuo respeto y lealtad; no deben ignorar que en cambio, los liderazgos persisten a través del tiempo, crean escuela, cuadros, redes, aliados, empleados y colaboradores agradecidos y leales hasta la muerte.















MUJERES CONTRA MUJERES



Por Rebeca Ramos Rella



El ingenio popular hace mofa y al tiempo descalifica la posibilidad de alianza real y sincera entre mujeres. “Juntas ni difuntas”…”La peor enemiga de una mujer es otra mujer”…”Y el viejerío apareció”…”. Si organizadas, participamos en grupos o asociaciones, somos unas “mitoteras”; si defendemos nuestros derechos y reclamamos equidad, justica, paridad, igualdad, somos señaladas de conflictivas…y ”Mira, ahí vienen las cacerolas…”. En el fondo estos chistes entrañan un amplio sentido de intolerancia, de anulación, de ganas de ridiculizarnos y hacernos invisibles con un desplante misógino y machista y así, de tajo, nos subestiman, nos devalúan.



¿Quiénes derrapan? Los hombres y también las mujeres. Y ante contundencia de ejemplos, anécdotas y evidencias, lo tenemos que aceptar: somos nosotras mismas quienes nos cerramos los caminos; quienes obstruimos el avance de género; quienes desprestigiamos la lucha por la igualdad, el respeto y el reconocimiento; nosotras nos autoboicoteamos, si queremos acceder a puestos de poder y de toma de decisiones; nos autocensuramos, a veces por cuestiones subjetivas, con doble moralina, costras de prejuicios absurdos e hipocresía, recurriendo a expresiones y roles impuestos en estereotipos sexistas y discriminatorios, que por siglos, la religión, la ignorancia, la cultura autoritaria masculina nos han torpedeado el cerebro; es verdad, nos autodestruimos…abundan las mujeres que hacen circular chismes o intrigas, que ensalzan sospechas, en áreas de trabajo, en el hogar, con la familia para, de plumazo, invalidarnos capaces, inteligentes, dignas, honorables, trabajadoras, responsables, comprometidas, visionarias; basta la creatividad ponzoñosa para destrozar acciones, logros, reputación e imagen de una mujer…y lo hacemos por envidia, por recelo, por miedo a vernos o sabernos superadas por otras mujeres.



Cierto es que la batalla por los espacios laborales y de mando y dirección es intensa; son pocos lugares y la fila es larga. Pero la defensa de éstos no justifica la exclusión y menos con perversión. A pregunta directa sobre con quién prefiero trabajar, si con mujeres o con hombres, contesté que no distingo diferencias; el trabajo es plaza productiva donde hay que cumplir, resolver e innovar. Sin embargo, cuando se convive con mujeres en ese terreno, desde mi experiencia, se entabla una alianza espontánea; se genera una especie de confianza más cercana; hay una implícita noción de que una mujer podrá comprender mejor a otra, en su perspectiva de vida y del mundo que la rodea. Entonces surge la sororidad; que es el apoyo incuestionable y solidario entre unas y otras. Por esta razón, si una mujer rompe, ignora, traiciona la sororidad con otras mujeres, la reacción de ellas contra aquellas, es más dura. Alguien del equipo ha sido desleal, nos ha fallado. Es puñalada por la espalda.



Ahora, no todo lo que se dice o se afirma o se acusa de una mujer y cuando es poderosa o destacada es falso. Hay que reconocer también, que muchas mujeres abonan al desprestigio del género y de la lucha por el respeto y la igualdad, en sus ámbitos de acción y participación. Apenas una subdelegada de la PGR  fue depuesta y encarcelada por encubrir al crimen organizado; muchas detenidas son “jefas de plaza”; no hay banda delictiva que no involucre a mujeres; la corrupción no tiene género, insisto; tampoco la conducta humana debiera tenerlo. Por ejemplo, si a algún suspirante político se le descubren romances clandestinos con consecuencias, la reacción social no es tan radical – así lo revelan encuestas- y hasta podrían aplaudirle su buen gusto y el abanderamiento machista por su valiosa contribución a la perpetuación de la especie; pero si se tratara de una suspirante mujer a un cargo de elevado rango nacional, el puritanismo trasnochado e insoportable hacia supuestos romances extramaritales, la quemaría viva en la hoguera por adúltera, tachándola de liviana, de mala madre, de mal ejemplo y de suripanta insatisfecha y esto sí se reflejaría en encuestas.



Y es que la honradez, el talento, el honor, el auto-respeto, la humildad, la tenacidad, la dignidad, la honestidad, la justicia y la sensatez, no se practican ni se enaltecen o se enlodan por género. Son principios, valores propios de educación y de cultura y también son cuestiones de personalidad, ego y temores. Son las virtudes o defectos humanos, sin distingo masculino o femenino. Cierto que cuando se trata de una mujer, se exaltan descalificaciones e intransigencias, pues la dispensa, el análisis y el juicio es más severo para nosotras y se arrecia si se trata de mujeres sobresalientes en la política, en el liderazgo social, en la representación ciudadana, en el sector empresarial o en otras esferas que implican vida y exposición pública.



Veamos los extremos: Resulta risible, intolerante y genuino de una sociedad de dobleces, que se observen y se critiquen, hasta se censuren actos de la vida privada de una alcaldesa, posicionándolos como distintivo de su gobierno y nadie, nadie analice y opine con objetividad, sobre su capacidad de gestión institucional, obras, hechos y avances de beneficio general. En otro sentido,  tampoco resulta justo que mujeres sin ninguna probada carrera política, empresarial, sindical; sin evidencias determinantes de brillantez, preparación, experiencia, liderazgo, labor y convicción, denigren la participación y proyección de otras mujeres, recurriendo a las artes antiguas de la lisonja, la disipación, el libertinaje y la prostitución; a la discriminación por preferencias sexuales o por género; a la invisibilidad impuesta a otras, sólo para ganarse la voluntad de los poderosos y así llegar a cimas y privilegios, a cargos y a posiciones de poder, espacios desde donde además y para el colmo, suelen impedir el adelanto de las mujeres en general.



La crítica hacia estas mujeres ascendidas por otros medios cuestionables y menos honorables, es que generan un referente común y la opinión generalizada e injusta hacia el resto, etiquetando por igual el proceder de todas, si destacan.



Lo más grave, es que ocupando espacios de alto nivel, usualmente y con debidas excepciones, sus carentes habilidades y capacidades en el desempeño de responsabilidades de mayor complicación, son más notorias, entonces el colectivo asume que las mujeres no podemos, no sabemos, no servimos ni tenemos idea de nada… entonces viene la mofa: mejor que se queden en la cocina. Y la sospecha se cumple en el juicio sumario: llegaron por trastocando valores y principios. Lo peor es que desde ese lugar conquistado sobre pilares endebles y opacos, se dedican a discriminar, detener, cerrar, impedir que otras mujeres con más y mejores elementos para el desarrollo de funciones y líneas de mando, se sitúen donde deben, porque pueden y tienen con qué asumirlos, controlarlos y mejorarlos.



Creo y sostengo, que las mujeres empoderadas, desde sus distintas trincheras tienen una cuádruple responsabilidad social y con el género: ahí en la oportunidad de la cumbre, demostrarse y demostrar a la sociedad que tienen las aptitudes y las cualidades necesarias para desarrollar su labor de forma remarcable, cualquiera que ésta sea, pues siempre se esperará menos de nosotras, entonces habremos de dar más; como seremos permanentemente observadas y fiscalizadas por el colectivo, habremos de enaltecer principios y valores propios, sellando la diferencia en el ejercicio del mando y del liderazgo y  generar una nueva concepción de cómo las mujeres ostentamos y practicamos el poder, el trabajo, la actividad. En la competencia hemos de ser contendientes de excelencia, de respeto, con honorabilidad y productividad. Si las lenguas envidiosas nos persiguen con ánimos de desprestigio y descalificación subjetiva, cortémoslas con resultados, con acciones positivas, con compromiso de calidad. Claro que esto implica un esfuerzo extra.

La tercera es que desde territorios conquistados, continuemos la lucha por la igualdad y la equidad de género. No se vale, no es digno que las empoderadas olviden, omitan o sesguen este deber primario con el género. Las que arriban a espacios de toma de decisiones, de mando y representación política deben trabajar para que la perspectiva de género se traduzca en beneficios para las mujeres; en el respeto, reconocimiento y defensa de sus derechos;  han de trascender sus discursos y participación solidaria, en acciones y en decisiones que las favorezcan en todo ámbito: salud, educación, paridad y justicia laboral y salarial, no violencia. Y deben apoyar a las mujeres, abriendo y ampliando espacios para las demás; deben defender y luchar porque cada día haya más mujeres en el poder, abandonando las tentaciones de la misoginia, de los celos ridículos, de la posesión absoluta de puestos, reflectores y micrófonos; deben ser congruentes en los hechos hacia la igualdad y la equidad. Habrán de ser muy objetivas para confrontar a rivales mujeres en el campo de batalla, sin sucumbir en el sexismo ni en estereotipos.



Somos nosotras quienes tenemos la responsabilidad de promover una nueva cultura de equidad e igualdad; soslayarla nos convierte en traidoras a la causa; en misóginas tan viles como aquellos que nos denigran y nos segregan.



Si ignoramos nuestras responsabilidades con el género, entonces la sabiduría popular aplica: somos nuestras peores enemigas y en tanto nos destacemos y nos sigamos boicoteando, ni la equidad ni la igualdad de género, ni el respeto y reconocimiento a nuestra aportación indispensable en la vida política, económica y social de este país, prosperarán.







rebecaramosrella@gmail.com

LEPRA ELECTORERA


Por Rebeca Ramos Rella


Vivimos un realismo despellejado. Los mapas de México hechos públicos, por la PGR y por el Departamento de Estado sobre alertas de ejecuciones y territorios en disputa por criminales y narcos y la preocupante afirmación de que “el crimen ha rebasado a las instituciones por lo cual, la seguridad interior se encuentra seriamente amenazada” soltada por del Secretario de la Defensa; cartografías de la implacable e irreversible sequía y el último informe del CONEVAL que revela que entre 2008 y 2012 hay 3.2 millones más de mexicanos pobres; 4.2 millones más en pobreza alimentaria y que en total padecen 52 millones; más las cotidianas notas sangrientas y dolorosas de jóvenes y niños heridos y mutilados de por vida o el hallazgo en vías públicas, de cuerpos torturados y de los nuevos y puntuales gasolinazos, que todo suben mientras no alcanzan los salarios e ingresos, todo este purgatorio sufrimos y quizás hasta deja de sorprendernos y de indignarnos. Ya estos hechos y revelaciones son parte del día a día, así también el proceso electoral en marcha.



Fluye la cascada declarativa de los precandidatos presidenciales. Los vemos en sus actos partidistas enviándose mensajes y réplicas entre ellos; conquistando simpatías, intentando convencer. El electorado está observándolos, arrojan evidencia los resultados de encuestas. Por eso el tono y contenido de arengas y discursos, propuestas y promesas no pueden ni deben enclaustrarse en dichos huecos y mentiras, en soberbias triunfalistas, ni en posturas extremistas. Deben ser realistas y propositivos. Y así, en congruencia deben organizar, movilizar y competir los aparatos partidistas que los impulsan.



Bien por el precandidato priista que llama a sus correligionarios a “sudar la camiseta”-a acentuar el trabajo territorial casa por casa- y a no derrapar en simulaciones: “No caigamos en prácticas de antaño”, les instruyó, aludiendo a los vicios y mañas que exactamente reprodujo la elección interna en el PAN. Y en respuesta a lo dicho por el candidato del PRD, cuando a los suyos les exigió no aceptar despensas por votos, el priista, desde plataforma de demanda ciudadana, les requirió: “A cambio de entregar folletos, despensas y otros vicios del pasado, ahora enfrentemos la realidad del país con propuestas y compromisos firmes”.



Por lo menos el precandidato priista reconoce  esos yerros otrora efectivos, pero deshonestos y convoca a los suyos a alejarse de esa subcultura antidemocrática, sucia, antiética y deshonrosa al utilizar la carencia social y fomentar el clientelismo electoral, que manipula conciencias y votos y peor, suele ser pagada con dineros del pueblo.



Las tropelías partidistas ostentan diversas categorías. Van desde el acarreo, dedazo; el cuatismo; la verticalidad en la toma de decisiones; la omisión y violaciones a declaraciones de principios y estatutos; la rasurada de acuerdos en asambleas; el no debate ni la autocrítica sana y propositiva en el seno de grupos colegiados y cupulares; la línea partidista por encima de intereses nacionales, que vemos tanto en las votaciones en el Congreso federal y en los estatales; la designación unilateral y muchas veces, por razones desconocidas, de miembros distinguidos, candidatos y dirigentes; la discriminación por género; las cuotas humillantes por género y por edad; el trapecismo político; la perpetuación de mismas caras y mañas en distintos cargos y encomiendas; la no renovación de cuadros; el no reconocimiento a liderazgos naturales; la flaca capacitación política para crear nuevos cuadros; la asunción de figuras desconocidas sin arraigo ni trabajo de partido o muy bien conocidas por corrupción, traición y deslealtad; los pactos oscuros y bajo la mesa con grupos de dudosa representatividad; alianzas sospechosas con líderes sindicales anquilosados, empresarios y demás sectores adinerado,s a cambio de posiciones, comisiones, contratos y privilegios.



Partidocracia que desde los gobiernos en los tres órdenes –salvo contadas excepciones-, despliegan estructuras alternas, recursos materiales, financieros y humanos para “apoyar” campañas electorales; para pagar sondeos que calibren la “legitimidad” del mandato; para espiar, chantajear y desprestigiar a adversarios, opositores, críticos y empleados. Y en épocas electorales, para eficientar los mencionados menesteres mapachistas, que el ingenio popular ha bautizado: la operación “tamal”, la “ratón loco”; hasta la clonación de credenciales electorales; la inmigración de votantes de otros estados; la inducción del voto en la fila de casillas; la amenaza, como directriz; la sumisión como disciplina y unidad.



Lamentablemente los vicios y prácticas del pasado, siguen presentes. Veamos muestras: La unción de la precandidata panista estuvo salpicada de denuncias y quejas de coacción del voto, urnas embarazadas, casillas no instaladas, amenazas, uso de recursos públicos a favor o en contra. En el otro extremo, los izquierdosos se muerden la boca cuando señalan a otros, lo que ellos mismos ordenan. La desmemoria del Peje neo-amoroso es inconcebible. Despensas, útiles escolares, cerdos y guajolotes, becas para jóvenes y ancianos hierven en estados gobernados por su partido para lograr sus ambiciones necias. Nadie sabe de dónde obtiene recursos para sus actos, traslados y logística de su campaña de 6 años –o habrá que preguntarle a Marcelo o al gobernador de Guerrero y a los ex de Michoacán y de Zacatecas-.



Como están las cosas en México, sería una verdadera falta de respeto y una cínica agresión a las inteligencias de los mexicanos, más de los que la están sobreviviendo apenas, que precandidatos y sus maquinarias partidistas y electorales, tropezaran y la regaran con conductas prehistóricas para llegar al poder y ganarse electores. Los ciudadanos están hartos, decepcionados, desconfiados de los políticos y de la partidocracia, que en la lucha por la cima, desoyen, malentienden, distorsionan y se aprovechan para vencer, de la desgracia de millones, mediante maniobras arcaicas, tan obvias y así tan desmoralizantes al desarrollo de una nueva cultura política y democrática.



Cierto es que en política todo es posible. Pero en un país de leyes éstas delimitan fronteras y debieran respetarse o de plano, reformarse ya, para darle a las argucias partidocráticas, un marco de legalidad, alcances y sanción. Por ejemplo, en el sistema político estadunidense, los ganones en elecciones, lo son porque recabaron la mayor cantidad de dinero privado y nadie refuta si se usó el público y en Brasil, gobierna una presidenta, vil dedazo de su expresidente y mentor, quien indujo, produjo, patrocinó y pagó su campaña. Allá se vale porque es legal.



En México, los lastres y costumbres del autoritarismo, que acuñó en su tiempo, el otrora partido hegemónico, como padre de este sistema y régimen político que aún vivimos, siguen siendo referencia en la competencia electoral y en el ejercicio del poder público, para el resto de los partidos. ¿Por qué? Porque ésta ha sido la única forma de hacer política en México.



Po eso hoy, estos excesos no son distintivos de un solo partido. Lo son de todos. Todos los partidos los practican; son parte de sus estrategias, de sus tácticas y de sus acciones, cuando son gobierno o cuando dominan el Legislativo. Es posible que nadie pueda presumir manos limpias si se trata de lograr el poder, escaños, curules o administración de recursos públicos. Quizás de lo único que podrían vanagloriarse los partidos, es de ser y sostenerse, como los más hábiles y cuidadosos para no dejar evidencias ni fundamentos probables de su actuar. De cualquier manera, la lapidación entre unos a otros, no vale, pues ningún partido tiene la exclusividad ni la patente. Comparten el pecado.



Los libertinajes y perversiones electorales son parte del sistema político caduco que no han querido ni permitido transformar. La política mexicana así se ha desarrollado por décadas, así la hemos aprendido y la hemos practicado y los ciudadanos la han aceptado o la omiten de sus prioridades. Los colores y las siglas cambian; los líderes, estilos y nombres son diferentes, pero han permanecido los vicios y las artes a la antigua. Ojalá haya compromiso real y hechos que lo demuestren para reformar al régimen y al sistema. Nuestra transición democrática aún no está superada. Está estancada como el país, en inseguridad, violencia y pobreza.



En la vida democrática que avanzamos tan imperfecta, persiste la comisión de estos usos cochambrosos, tornados en delitos electorales, cuando hay procesos y que suelen solventarse en tribunales, pasadas las elecciones. Los ciudadanos somos testigos; por esa razón el descrédito de la política y de las y los políticos, que olvidan o soslayan que su vocación y su quehacer debe ser para servir, no para servirse; que debe ser para mejorar y reformar; no para anquilosar y estancar; para generar confianza y adhesión; no decepción y distancia; para asentar certidumbre y calidad de vida; no para engendrar temor, confusión y desesperanza; la política debe ser para construir y aportar; no para dividir y agredir. Y debe ser democrática, inclusiva, transparente, legal y legítima en su acción y resultado.



En estos tiempos adversos y confusos, mapaches y magos, demagogos y populistas deberían ser parte de un museo. Se requiere que partidos y pre y ya candidatos, pulan sus estrategias y acciones y demuestren que van en serio y honestamente a competir, para rescatar al país de sus contradicciones y atrasos.



No obstante, es probable que este 2012 nos enteremos y veamos que la lepra electorera persiste viva en los hábitos partidistas. Ojalá que el próximo presidente de México y su partido, tengan la voluntad, el consenso y el valor de hallar y pactar la cura a un mal, que hasta hoy, parece incurable.